Aquel 29 de mayo. A medio siglo del «Cordobazo»

«¿Por qué se ha producido el Cordobazo? … el Cordobazo es la expresión militante, del más alto nivel cuantitativo y cualitativo de la toma de conciencia de un pueblo, en relación a que se encuentra oprimido y a que quiere liberarse para construir una vida mejor, porque sabe que puede vivirla y se lo impiden quienes especulan y se benefician con su postergación y su frustración de todos los días. ¿Y por qué Córdoba precisamente? Porque Córdoba no fue engañada por la denominada Revolución Argentina. Córdoba no vivió la «expectativa esperanzada» de otras ciudades. Córdoba jamás creyó en los planes de modernización y de transformación que prometió Onganía, Martínez Paz, Salimei y Ferrer Deheza y luego Borda, Krieger Vasena y Caballero. La toma de conciencia de Córdoba, de carácter progresivo pero elocuente, es bastante anterior al régimen de Onganía. Pero se expresa con mayor fuerza a partir de julio de 1966». Agustín Tosco

por Abel Bohoslavsky*

El golpe militar del 28 de junio de 1966 contra el gobierno minoritario de la Unión Cívica Radical del Pueblo clausuró un período de democracia proscriptiva inaugurado en 1955 con el derrocamiento sangriento del peronismo. Impuso un Estatuto ilegal por sobre la Constitución, la eliminación por decreto de los partidos políticos tradicionales del sistema, Ley Anticomunista y medidas económicas antiobreras y promonopólicas. Su prédica ideológica fascistizante con el «modo de vida occidental y cristiano» era su catecismo. El «polvorín tucumano» y «la subversión en la Universidad», sus caballitos de batalla. Sin debutar con bombardeos y fusilamientos como la «libertadora» de 1955, era su continuidad reaccionaria. El jefe de la Iglesia Católica cardenal Caggiano dio la bienvenida a la dictadura junto a los capos de la burocracia de la CGT, Augusto Vandor y José Alonso, jefes de las dos ramas de las 62 Organizaciones gremiales peronistas. Todos asistieron a la asunción del dictador general Juan C. Onganía. El proscripto general Perón desde el exilio proclamó su célebre «desensillar hasta que aclare».

El onganiato respondía a peculiares características de la historia nacional reciente, pero los jefes militares estaban instruidos en la doctrina de la seguridad nacional en las academias norteamericanas de West Point y Panamá y en la Escuela de Guerra francesa. Brasil y Bolivia en 1964, invasión a República Dominicana en 1965 y Argentina en 1966, inauguraban la cadena de golpes contrainsurgentes diseñada en Washington como alternativa a la fracasada Alianza para el Progreso (fracaso pronosticado por el Che Guevara en la Conferencia de Punta del Este de 1961). La Revolución Cubana y el auge de los movimientos de masas en el continente eran el trasfondo de esta estrategia imperialista que ya estaba embarcado en su guerra en Vietnam, en el sudeste asiático. Fue un golpe «preventivo» contrarrevolucionario.

La arrogancia fascistoide del onganiato, su prédica contra «la política» y su naturaleza represiva, amilanó a los eclécticos políticos de comité y desconcertó a buena parte de la izquierda tradicional (la stalinista y la socialdemócrata), encorsetadas en los límites de esa democracia proscriptiva.

La dictadura, al cerrar todos los caminos en los que esa institucionalidad intentaba contener las luchas de clases, le abrió una brecha a nuevas formas de protesta que, contrariamente a sus propósitos, se fueron generalizando. Aunque Onganía pudo darse el lujo de desfilar en las calles de Tucumán el 9 de julio de 1966, su política económica de cierre de ingenios azucareros, encendería meses más tarde la llama de una movilización de masas que a la postre sería una verdadera escuela para los activistas sindicales clasistas y los movimientos revolucionarios que florecerían después.

En Córdoba, los primeros tres balazos en la pierna de un estudiante de medicina el 18 de agosto de ese mismo año, tuvo como respuesta inmediata la toma masiva del Hospital de Clínicas, desalojado con más violencia. A partir de ahí, las manifestaciones estudiantiles se hicieron casi diarias. Por las tardes, todo el mundo esperaba la gimnasia callejera de universitarios contra policías, hasta que el 7 de septiembre llegó el balazo en la cabeza del obrero mecánico y estudiante de Ingeniería Santiago Pampillón. El barrio Clínicas fue ocupado durante toda una noche. Una pintada en la esquina de Chaco y 9 de Julio, «Barrio Clínicas-territorio libre de América», más allá de su lógica exageración, preanunciaba una nueva época y nuevas modalidades en las luchas. La prensa del régimen las estigmatizaba como «guerrilla urbana». Las movilizaciones estudiantiles despertaron gran simpatía popular provincial y nacional. La huelga universitaria no consiguió doblegar ni a la oligarquía de los claustros ni al régimen, pero contribuyó decisivamente a desenmascarar su naturaleza. Desde el movimiento sindical, solo la voz de Agustín Tosco, secretario general de Luz y Fuerza, se alzaba contra la dictadura.

En enero de 1967, los obreros de IKA-Renault ganaban la calle al grito de «¡Kaiser y Onganía, la misma porquería!». Su Sindicato de Mecánicos, el SMATA, el más poderoso de Córdoba, estaba dominado por Elpidio Torres de las «62 legalistas». La burocracia ya no podía contener o evitar las movilizaciones. Antes bien, su conocido método era encabezarlas con el claro intento de posteriormente, descabezarlas. Por esos días, los portuarios de Buenos Aires libraban otra intensa y prolongada huelga contra la «reestructuración portuaria» impuesta por la dictadura. A la larga, también fue derrotada, pero el conflicto enredó nuevamente a la burocracia. La dictadura tuvo que arrollar hasta uno de los principales colaboracionistas como era Eustaquio Tolosa. En los pueblos de los ingenios tucumanos, en los mismos días, se producían movilizaciones y piquetes en las rutas. Entre los azucareros ya había sindicalismo clasista como el que encabezaba Leandro Fote, miembro del naciente Partido Revolucionario de los Trabajadores y efímero diputado obrero provincial. Las balas de la dictadura dejarían la segunda mártir del período, Hilda Guerrero de Molina.

Todo el país empezaba a sufrir los efectos económicos y represivos de la dictadura. El 14 de diciembre de 1966 la máxima cúpula de la CGT nacional encabezada por Vandor lanzó una huelga general por 24 horas para intentar un reacomodamiento y «descomprimir». El 1° de marzo de 1967 otro llamado a un paro general fue nuevamente traicionado por participacionistas y colaboracionistas, quedando un virtual vacío de conducción sindical nacional. El surgimiento de un nuevo activismo sindical clasista era aún incipiente.

En 1968, la crisis de la burocracia llegó a ser tal, que a nivel nacional se produjo la ruptura. Los participacionistas y colaboracionistas con la dictadura, se retiraron del congreso de la CGT y se quedaron con el edificio de calle Azopardo. Surgió la CGT de los Argentinos (CGTA). Su Programa del 1º de mayo de 1968 no llegaba tan lejos como los antecesores de Huerta Grande y La Falda, pero era una proclama antidictatorial que encerraba tras de sí a un poderoso movimiento. En Córdoba, el sector de gremios independientes de la CGT provincial y una parte de los ortodoxos (UOM, FOETRA) se sumaron a la CGTA.

La otra rama de las 62 peronistas (con SMATA, y UTA) quedaron alineadas con el vandorismo. En la CGTA la dinámica la imponían los combativos y empezaban a tener cada vez más influencia. La tenaz labor de Tosco, un marxista que desde años atrás estaba al frente del gremio –fue el más destacado líder sindical que no era de extracción peronista– se convirtió en el campeón de la unidad sindical y fue vanguardia en la unión obrero-estudiantil, abrió las puertas de su sindicato a los universitarios. Su prédica antidictatorial y antiburocrática, comenzó a ser conocida masivamente por los trabajadores.

El año de 1969 sería el del eclipse de la burocracia –eclipse político, pero no su desaparición– y en contraste, el desborde de las bases. El proletariado de las provincias industrializadas vendría a ocupar el primer plano de la escena política nacional. Mayo de 1969 emergió agitado en gran parte del país. En Corrientes, la tranquilidad provinciana se vio sacudida por la movilización estudiantil, cobrando la represión la vida del universitario Juan J. Cabral. En Rosario, es asesinado el estudiante Adolfo Bello y luego el aprendiz de metalúrgico Norberto Blanco y ocurre la primera sublevación masiva: el rosariazo estudiantil. En Córdoba, mecánicos, metalúrgicos, lucifuercistas y estudiantes se movilizaron. Sucedieron episodios que a la postre, serán algo así como un «ensayo» del próximo estallido. Una asamblea del SMATA en el estadio del Córdoba Sport fue atacada por la infantería policial y se peleó en pleno centro. Los días 14 y 15 hubo muchos paros sectoriales y el 16 una huelga general a nivel provincial, precedido también de numerosas asambleas sindicales. El día 23 los estudiantes vuelven a ocupar el barrio Clínicas. El día 26, plenarios de la dos CGT Regionales, tras un acuerdo entre ambos sectores, convocaron a un paro activo por 37 horas para los días 29 y 30. La convocatoria unificada era imprescindible. Entre las reivindicaciones más inmediatas estaban el repudio a la anulación de la Ley del Sábado Inglés (vigente desde 1932), que rebajaba en un 9,1% los salarios mensuales de los trabajadores y la aplicación de las «quitas zonales» que afectaba fundamentalmente al gremio metalúrgico.

La mañana de aquel 29 de mayo… todo estaba ardiendo

Las columnas de obreros de Kaiser (así se la seguía nombrando a pesar que ya era IKA-Renualt) salieron de barrio Santa Isabel, se concentraron en la rotonda de Las Flores y marcharon. Rebasaron una y otra vez a la infantería de la Policía que intentó detenerlas al costado de la Ciudad Universitaria. La consigna era llegar hasta la sede de la CGT en el centro. Fue el primer combate que puso de relieve un coraje que anticipaba lo que vendría. Los del SMATA siguieron y volvieron a enfrentar la furia policial a la altura de la Terminal de ómnibus y ya cerca de la Plaza Vélez Sarsfield, con igual decisión, pusieron en fuga definitiva a la caballería provincial. De ahí en más, el aparato represivo tuvo que disponer su reemplazo por cuerpos motorizados, ante su evidente incapacidad operativa frente a estas nuevas formas de lucha de las masas.

La policía agotó en pocas horas toda su existencia de gases lacrimógenos. La caída del obrero de IKA-Renault Máximo Mena, no hizo sino enardecer los ánimos. Había más muertos. Surgieron las primeras barricadas. En la de boulevard San Juan y la Cañada, una tela pintada proclamó: «Lucha obrera y popular». Lucifuercistas, colectiveros, ferroviarios, estatales de IME-DINFIA y el movimiento estudiantil se sumaron en sendas columnas que, a su vez, enfrentaban los ataques policiales. El centro y los barrios obreros de Córdoba –y también los de sectores medios– iban quedando en poder de los manifestantes. En los hechos, se producía la convergencia entre la clase obrera y gran parte de la pequeño-burguesía, revirtiendo el proceso reaccionario generado desde la «fusiladora» del ‘55, en que la antinomia peronismo-antiperonismo impedía, por un lado, que el movimiento obrero tuviese una política independiente y, por otro, que los sectores medios fuesen aliados del proletariado y no de la oligarquía. Esta alianza obrero-popular no tenía expresión política.

Al mediodía, las fuerzas represivas tuvieron que encerrarse dentro de sus comisarías. La dictadura, que era militar, tuvo que recurrir al Ejército, pero lo hizo con demora. Es que la crisis del país, ya había fisurado los mandos de ese partido-castrense que había prohibido a los partidos civiles. El Jefe del Ejército, general Alejandro Lanusse, un caudillo oligarca y liberal, estaba enfrentado internamente con el dictador Onganía orientado por el «cursillismo» católico-integrista. Pero el trasfondo no era ideológico. Es que los planes aplicados por el empresario y ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena, solo eran exitosos en confiscar salarios y arruinar a gran parte de la pequeño-burguesía propietaria, pero no impidieron la crisis económica.

Con gran despliegue y mucho miedo, las tropas de la IV Brigada de Paracaidistas con base en la vecina localidad de La Calera, fueron entrando en la ciudad, disparando y matando gente, asaltando sindicatos, apresando a sus principales dirigentes que fueron sometidos a juicios sumarios en Consejos de Guerra.

«Soldado, rebelate contra tus oficiales asesinos». Esta pintada que apareció, simbolizaba la negación práctica de la gran mentira que fue aquella falsa ilusión de la «unión pueblo-Fuerzas Armadas». Y señalaba una de las características del presente y del futuro, al dejar evidente cómo la oficialidad –es decir, la burguesía– utiliza a la tropa de soldados conscriptos, sometidos por la disciplina del terror, y los obliga a disparar contra su propio pueblo. Por eso, la inteligencia popular estampó otra consigna dirigida a los colimbas: «Soldado, no tires contra tus hermanos».

«Milicos traidores, ahora piden milagros»,decía otro brochazo en barrio General Paz. Efectivamente, y tal como sucedería en los años siguientes, la cúpula militar recurriría intensamente a los políticos caídos en el olvido y a los eternos burócratas colaboracionistas, para atemperar la crisis y buscar, lo que entre ellos mismos denominaron dos años más tarde, el Gran Acuerdo Nacional, ya con Lanusse convertido en presidente dictador..

En las barricadas del cordobazo, junto al grito de «¡Abajo la dictadura!» se coreaba un estribillo que también intenta ser borrado de la memoria colectiva, porque en sí mismo, encierra el valor de un programa que superaba las reivindicaciones inmediatas del movimiento de masas en la convocatoria a la huelga:

Y LUCHE, LUCHE, LUCHE
NO DEJE DE LUCHAR
POR UN GOBIERNO OBRERO
OBRERO Y POPULAR.

El cordobazo no fue fruto de la espontaneidad ni tampoco el resultado de una conspiración subversiva, mucho menos venida del extranjero, como en ese momento decían el dictador Onganía y su ministro del Interior, el general Imaz. Tampoco fue una maquiavélica maniobra política contra el gobernador José Caballero y su inútil intento de imponer un régimen corporativista-fascista a nivel provincial –que incrementó hasta límites insostenibles el repudio a la dictadura– y siguió con empeño los pasos de su antecesor Ferrer Deheza, que apenas tres años antes había implantado en la provincia una suerte de gobierno familiar.

La historia que renace

Los políticos y escribientes burgueses de la época –los clásicos liberales o los revisionistas-nacionalistas– igual que los militares, quisieron explicar el cordobazo y justificar como siempre la brutal represión, por la famosa «subversión comunista». Similares «análisis» se hicieron con uno de los acontecimientos más similares, y lejano antecedente del cordobazo exactamente medio siglo antes, la Semana Trágica de enero de 1919 en Buenos Aires. Y también con las huelgas

de peones rurales la Patagonia Rebelde de 1920-21 y la sublevación de los obreros de La Forestal en el norte santafesino entre 1919 y 1921. Esos episodios quedaron como sepultados en la historia, borrados a fuerza de mentiras y silencio de toda la historia oficial. Sin embargo, sus principales rasgos afloraron en las barricadas de Córdoba en 1969. Fueron antecedentes, porque se trató de luchas de masas, donde las reivindicaciones económicas se conjugaban con planteos y consignas políticas contra el régimen dominante. Y también se trató de luchas violentas, armadas, armadas aunque sea con piedras y palos. El viejo Pedro Milesi, un veterano de aquella rebelión de la Semana Trágica y también protagonista de la huelga y movilización del 17 de octubre de 1945 en Buenos Aires (hecho fundacional del peronismo), ahora, jubilado empedrador de calles, a sus 79 años simbolizaba en su presencia el puente entre generaciones obreras.

Onganía intentó asustar con su discurso después del cordobazo,vinculando la sublevación en respuesta a la represión violenta, con un robo de armas al Ejército. Pero los obreros automotrices, metalúrgicos, lucifuercistas, ferroviarios, de obras públicas, empleados estatales, bancarios y de comercio, docentes y miles de universitarios se batieron contra los destacamentos de infantería y de la caballería de la Policía, sin fusiles; apenas si alguno pocos habrán tenidos pistolas o revólveres, ni siquiera la mayoría llevaba bombas molotov. Hondas con bulones y pernos, piedras de las calles y maderas de las obras en construcción fueron sus principales armas. Papeles de diarios y cartones que arrojaban los vecinos del centro primero, y después en muchos barrios servían de combustible a las fogatas.

No estaba planteada una insurrección, aunque el «abajo la dictadura» se gritaba con la misma energía que el estribillo. Aquel 29 de mayo las armas fundamentales de los manifestantes, fueron el número de protagonistas y su decisión inquebrantable –esa conducta que no surge todos los días– de salir a pelear. La intensa organización previa de las columnas sindicales y estudiantiles, se complementó con la masividad espontánea. Eso fue lo decisivo paradesbordar el aparato represivo policial y apoderarse de la ciudad, cuyascalles y barrios fueron nuestras por unas horas, reduciendo a las fuerzas delrégimen a sus propios cuarteles.

Fue así que el Ejército, columna vertebral de las tres Fuerzas Armadas, tuvo que volver a salir a las calles a enfrentar –ellos sí con blindados y fusiles automáticos– a la manifestación obrera y popular. En la reproducción de este enfrentamiento directo entre las Fuerzas Armadas y el pueblo trabajador, están los rasgos similares a aquellos antecedentes históricos quemencionábamos.

Una época revolucionaria

No hubo estado de sitio, encarcelamientos masivos, tribunales militares, asesinatos selectivos, secuestros –comenzaron a practicarse en esa época– intervención de sindicatos, despidos de activistas, ni nada que pudiese detener el avance del movimiento de masas que parecía arrollador: rosariazos, viborazo, mendozazo, tucumanazo, cipoletazo, choconazo. Sublevaciones en gran parte de la geografía en apenas tres años. Las características de estos azos ponían la impronta de esta nueva época: el movimiento obrero actuando en forma independiente, desbordando o rompiendo, en forma desigual, la tutela política a las burocracias y los partidos del sistema. El sindicalismo clasista renacido en las fábricas de FIAT con SITRAC-SITRAM (aplastados por el Ejército y Gendarmería en 1971), recuperó en 1972 al SMATA, a Perkins y se extendió por los cinturones industriales.

El cordobazo no fue propiamente una insurrección, aunque se pareció mucho por sus formas. No tenía el objetivo de la conquista del poder, pero su potencia provocó el repliegue de la dictadura. Abrió una época de ascenso casi ininterrumpido, que provocó una revolución ideológica en muchas conciencias. El debate político en búsqueda de nuevos caminos se generalizó en la nueva militancia. Todo se discutía: partidos, programas, estrategias, formas de acción. Florecieron las organizaciones revolucionarias. Una nueva época se abría paso, que bien podemos denominar como la de la revolución proletaria por su contenido de clase, que quedó inconclusa. El forzado repliegue de la dictadura, dio paso a la restauración constitucional con elecciones sin proscripciones después de 17 años, que volvió a ganar el peronismo. en marzo de 1973. Pero el impulso del cordobazo seguía incentivando las luchas y el Pacto Social propuesto por el peronismo ahora gobernante, fue rápidamente puesto en crisis. Entonces ese auge ascendente tuvo respuestas más violentas aún: el terrorismo estatal surgió primero bajo la fachada del régimen constitucional restaurado en 1973 (masacre de Ezeiza, reforma al Código Penal, Triple A, derrocamiento de gobiernos provinciales, asalto a sindicatos, dirigentes obreros forzados a la clandestinidad, operativos «Independencia» en Tucumán y «Serpiente Roja» en Villa Constitución). El espíritu del cordobazo se masificaría en las Coordinadoras intersindicales, actuando al margen y en contra de las burocracias. La militancia de las fuerzas revolucionarias estaba al frente de esos organismos que desplegaron su propio poder. La cresta de la ola se daría en las jornadas de junio y julio de 1975, las movilizaciones obreras más importantes de nuestra historia. Solo la violencia superlativa podría detenerlo y eso ocurrió con la nueva dictadura instalada en marzo de 1976. Los que en 1969 implantaron Consejos de Guerra, pasaron a los tenebrosos campos de concentración.

Resumiendo: el cordobazo abrió una época revolucionaria, porque a partir de una nueva correlación de fuerzas, florecieron dos fenómenos previamente incubados: el sindicalismo clasista y la insurgencia revolucionaria. Fue la época de la popularización de las ideas y propuestas socialistas.

El 5 de noviembre de 1975, moría en la clandestinidad forzosa a que lo había obligado el régimen de Isabel Perón y José López Rega, uno de los protagonistas principales del cordobazo: Agustín Tosco. En su persona se simbolizaban precisamente el liderazgo obrero y el ideario socialista. Su entierro, dos días después, fue digno de él mismo y de esa época. Convocados por la Mesa de Gremios en Lucha al margen de la burocratizada CGT regional, miles de obreros, empleados y trabajadores de todas las ramas, abandonaron sus trabajos, llenaron el estadio de Redes Cordobesas, marcharon por las calles de media ciudad y en el cementerio San Jerónimo fueron atacados nuevamente por la barbarie policial, preanunciando con tableteo de ametralladoras la próxima época del genocidio y la contrarrevolución. Solo así pudo interrumpirse el camino revolucionario.

A medio siglo que aquel 29 de mayo, la evocación de la gesta, debe acompañarse con la reflexión histórica en la búsqueda de cómo retomar el rumbo de aquella revolución inconclusa.

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*Autor de LOS CHEGUEVARISTAS, LA ESTRELLA ROJA, DEL CORDOBAZO A LA REVOLUCIÓN SANDINISTA.

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