“Je ne suis pas marxiste”

por Howard Zinn / Traducción de Sofía Lolago / Imagen: «Howard Zinn» de Jared and Corin*

Durante mucho tiempo creí que en la filosofía y la economía política marxistas había ideas importantes y útiles a las que había que proteger de las arrogantes afirmaciones de la derecha de que “el marxismo está muerto”, así como también de las suposiciones de los comisarios políticos de dictaduras diversas cuando sostienen que sus regímenes monstruosos representan al “marxismo”. Este texto lo escribí para Z Magazine de junio de 1988, y volvió a imprimirse en mi libro Failure to Quit (Common Courage Press, 1993).

Hace poco, alguien se refirió a mí públicamente tildándome de “profesor marxista”. De hecho, fueron dos personas. Una era un vocero del grupo de investigación Accuracy in Academia preocupado por el hecho de que había “cinco mil miembros del cuerpo docente marxistas” en los Estados Unidos (dato que disminuyó mi importancia, pero también mi soledad). La otra fue un ex alumno al que me encontré en un tren a Nueva York, un compañero de viaje. Me sentí un poco honrado. Un “marxista” significa un tipo duro (para compensar la connotación suave de “profesor”), una persona de política formidable, alguien con quien no se puede jugar, alguien que sabe la diferencia entre la plusvalía absoluta y relativa, y lo que significa el fetichismo de de la mercancía y no se la cree.

También me sorprendió un poco y esa sensación me echó para atrás (posición que conocen bien los que hacen yoga y que es buena para uno más o menos una vez al día). Cuando dijeron “marxista”, ¿qué quisieron decir? ¿Que guardo una estatuita de Lenin en el cajón, y que le froto la cabeza con el fin de descubrir qué política seguir para intensificar las contradicciones en el campo imperialista, o qué canciones cantar si nos enviaran a dicho campo?

Además, recuerdo la famosa frase de Marx: “Je ne suis pas marxiste”. Siempre me pregunté por qué Marx, un alemán que hablaba inglés y que estudió griego para su tesis doctoral, hizo semejante declaración en francés. Pero estoy seguro de que la hizo y creo que sé a qué se debió. Cuando Marx y Jenny, su mujer, se mudaron a Londres —donde perdieron a tres de sus seis hijos a causa de enfermedades y vivieron en la miseria durante muchos años― a menudo los visitaba un joven refugiado alemán llamado Pieper. Ese tipo era un completo “aburrido” (hay “aburridos” en todo el espectro político ubicados a tres metros uno del otro, pero hay un Aburrido Izquierdista especial, contratado por la policía, para volver locos a los revolucionarios). Pieper (juro que no inventé al fulano), que le estaba todo el día encima a Marx exclamando de admiración, una vez, le ofreció traducir Das Kapital al inglés, idioma que apenas hablaba, y vivía organizando Clubes de Karl Marx y exasperándolo más y más cuando decía que cada palabra que Marx pronunciaba era sagrada. Y, un día, Marx le causó a Pieper serios retorcijones de estómago cuando le dijo: “Gracias por invitarme a hablar en su Club de Karl Marx, pero no puedo. No soy marxista”.

Ése fue un punto importante en la vida de Marx y también un buen punto de partida para tomar en serio sus ideas sin convertirse en un Pieper (o un Stalin, o un Kim II Sung, o cualquier marxista convertido que asegura que cada palabra de los volúmenes uno, dos y tres, y especialmente del Grundrisse, es, sin lugar a dudas, cierta). Porque a mí me parece (y me arriesgo a que esto lleve a que me incluyan en la segunda edición del “Registro de marxistas, vivos o muertos” de Norman Podhoretz) que Marx tuvo algunas ideas muy útiles.

Por ejemplo, en su “Tesis sobre Feuerbach” de Marx, un texto corto, pero rico, encontramos la idea de que los filósofos, que siempre creyeron que su trabajo era interpretar el mundo, ahora deberían empezar a cambiarlo, en sus escritos y en su vida.

Marx mismo dio un buen ejemplo. Si bien la historia lo ha tratado como un estudioso sedentario, que pasaba todo el tiempo en la biblioteca del Museo Británico, lo cierto es que fue un activista incansable toda su vida. Lo expulsaron de Alemania, de Bélgica, de Francia, y, en Colonia, lo detuvieron y procesaron.

Exiliado en Londres, se mantuvo en contacto con movimientos revolucionarios del mundo entero. Los departamentos de mala muerte que él ocupaba con su mujer y sus hijos se convertían en atareados centros de actividad política, lugares de reunión para refugiados políticos del continente.

Es cierto que muchos de sus escritos eran terriblemente abstractos (en especial los de economía política; mi pobre cabeza nadaba, o mejor dicho, se ahogaba, a los diecinueve años con la renta por derecho de superficie y la renta diferencial, la caída del margen de ganancia y la composición orgánica del capital). Pero también es cierto que él se alejaba de eso constantemente para hablar de los sucesos de su época: la Revolución de 1848, la Comuna de París, la Rebelión de la India, la Guerra de Secesión de los Estados Unidos.

Los manuscritos que escribió a los veinticinco años cuando estaba exiliado en París (donde frecuentaba cafés con Engels, Proudhon, Bakunin, Heine, Stirner), generalmente tildados de “inmaduros” y descartados por fundamentalistas de línea dura, contienen algunas de sus ideas más profundas. Su crítica al capitalismo en esos “Manuscritos económicos y filosóficos” no requería ninguna prueba matemática de “plusvalía”. Sencillamente establecía (aunque no de manera sencilla) que el sistema capitalista viola lo que sea que signifique el hecho de ser humano. El sistema industrial que Marx veía crecer en Europa no sólo les robaba a los obreros el producto de su trabajo, sino que también los alejaba de sus propias posibilidades creativas, de las bellezas de la naturaleza, de su verdadero yo, los alejaba unos de otros como seres humanos. No vivían la vida de acuerdo con las propias necesidades interiores, sino de acuerdo con sus necesidades de supervivencia.

Ese separarse de sí mismos y de otros, ese separarse de todo lo que era humano, no podía superarse por medio de un esfuerzo intelectual, por medio de algo de la mente. Lo que se necesitaba era un cambio fundamental y revolucionario en la sociedad, crear las condiciones —una jornada laboral corta, un uso racional de las riquezas naturales de la tierra y de los talentos naturales del ser humano, una distribución justa de los frutos del trabajo, una nueva conciencia social― para que florezca el potencial humano, para poder dar un salto hacia la libertad como jamás se había dado en la historia.

Marx entendía lo difícil que era lograr eso porque, más allá de lo revolucionarios que seamos, la carga de la tradición, la costumbre, la acumulación de mala educación de una generación tras otra “pesa como un mal sueño en la mente de los vivos”.

Marx entendía de política. Veía que detrás de los conflictos políticos había cuestiones de clase: quién se queda con qué. Detrás de una benigna fachada de unidad (Nosotros, el pueblo…nuestro país…la seguridad nacional), los poderosos y los ricos legislan pensando en sí mismos. Notó (en “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”, un análisis brillante y mordaz del momento en que Luis Bonaparte toma el poder después de la Revolución Francesa de 1848) cómo una constitución moderna podía proclamar derechos absolutos, que después se limitaban con notas al margen —tal vez estaba prediciendo la tortuosa elaboración de la Primera Enmienda de nuestra propia Constitución―, lo que reflejaba que, en realidad, una clase dominaba a otra, más allá de la palabra escrita.

Veía a la religión no solamente de forma negativa como “el opio de los pueblos”, sino de forma positiva como “el suspiro de los seres oprimidos, el corazón de un mundo descorazonado, el alma de las situaciones desalmadas”. Esto nos ayuda a comprender la gran convocatoria que tienen los charlatanes religiosos de la pantalla televisiva, así como también el trabajo de la Teología de la Liberación cuando une lo conmovedor de la religión con la energía de los movimientos revolucionarios en países donde se vive en una extrema pobreza.

Marx a menudo se equivocaba, a menudo era dogmático, a menudo era “marxista”. A veces aceptaba demasiado bien la idea de la dominación imperial como “progresista”, como una forma más rápida de traer el capitalismo al tercer mundo, y, de esa manera, creía, acelerar el camino hacia el socialismo. (Pero apoyó incondicionalmente la revolución de los irlandeses, la de los polacos, la de los indios y la de chinos, contra la dominación colonial.)

Insistía mucho en que la clase obrera industrial tiene que ser el agente revolucionario, y que eso tiene que ocurrir primero en los países capitalistas avanzados. Era innecesariamente denso en sus análisis económicos (tal vez por haber estudiado demasiado en universidades alemanas) siendo que bastaban sus ideas claras y simples sobre la explotación: que por valiosas que fueran las cosas que producían los trabajadores, los que manejaban la economía podían pagarles los sueldos ínfimos que quisieran y enriquecerse con la diferencia.

En lo personal, Marx era por momentos encantador, generoso, sacrificado; sin embargo, en otras ocasiones, arrogante, odioso, abusivo. Amaba a su mujer y a sus hijos, y, sin lugar a dudas, ellos lo adoraban, pero también había quien decía que tal vez fuera el padre de Linchen, el hijo del ama de llaves alemana.

Bakunin, anarquista y rival de Marx en la Asociación Internacional de los Trabajadores, dijo refiriéndose a él: “Realmente lo admiraba por el conocimiento que poseía y por la devoción apasionada y profunda que sentía hacia la causa del proletariado. Pero…, nuestro temperamento chocaba. Él me llamaba idealista sentimental, y no se equivocaba. Yo le decía presumido, traidor y malhumorado, y no me equivocaba”. En cambio, Eleanor, la hija de Marx, describía a su padre como “…el alma más alegre que jamás haya respirado, un hombre que rebosaba de buen humor…”.

Marx era el ejemplo perfecto de su propia advertencia: que la gente, más allá de lo avanzada que sea en su forma de pensar, se ve abrumada por las limitaciones de su época. Aun así, Marx nos dio una mirada perspicaz, visiones inspiradoras. No lo puedo imaginar satisfecho con el “socialismo” de la Unión Soviética. Me gusta creer que habría sido un disidente en Moscú. La idea que tenía Marx de una “dictadura del proletariado” era la Comuna de París de 1871, en la cual existían miles de discusiones en la calle y salas de la ciudad que le daban la vitalidad de una democracia de base, donde se podía echar inmediatamente de su cargo a funcionarios a través del voto popular, el salario de los dirigentes del gobierno no podía superar el de un trabajador común y se destruyó la guillotina como símbolo de la pena de muerte. Marx escribió, una vez, en el periódico New York Tribune que no veía cómo se podía justificar la pena de muerte “en una sociedad que se enorgullece de su civilización”.

Tal vez la herencia más preciada del pensamiento de Marx es su internacionalismo, su hostilidad hacia el estado nacional, su insistencia en que la gente común no tiene una nación a la que debe obedecer y entregar su vida en la guerra, y que todos, como seres humanos, estamos unidos con las personas de todo el mundo. Eso no es solamente una manera de cuestionar directamente al nacionalismo capitalista moderno, con su terrible odio hacia “el enemigo” del extranjero, y su falsa creación de un interés común para todos aquellos que se encuentran dentro de ciertas fronteras artificiales. También es un rechazo al nacionalismo limitado de estados “marxistas” contemporáneos, ya sea el de la Unión Soviética, el de la China, o cualquiera de los otros.

Marx tenía algo importante para decir no sólo como crítica al capitalismo sino también como advertencia a los revolucionarios que, según escribió en “La ideología alemana”, primero tenían que revolucionarse a sí mismos si pretendían revolucionar a la sociedad. Les ofreció un antídoto a los dogmáticos, los de línea dura, los Piepers, los Stalins, los comisarios políticos, los “marxistas”. Dijo: “Nada de lo humano me es ajeno”.

Eso parece un buen comienzo para cambiar el mundo.

*Howard ZinnUploaded by zro. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 2.0 vía Wikimedia Commons – https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Howard_Zinn.jpg#/media/File:Howard_Zinn.jpg

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