¿Ganamos o perdimos?

por Pablo Pozzi

Finalmente hubo elecciones. Y si, fui y voté. Fue algo surrealista, donde trastabillaba camino a la urna mientras me topaba con amigos y conocidos. Todos «sabían» que yo votaba a la izquierda y querían saber si eso era mejor que votar a Macri para que pierdan los Kirchner. Todos preguntaban qué sugería que hicieran, si debían emitir un «voto útil» o por el Frente Progresista o por el Frente de Izquierda. Todos se quedaban sorprendidos cuando les decía que votaran su conciencia, y que en mi fuero interno deseaba que hubiera una boleta con la fórmula Agustín Tosco-Armando Jaime; claro que eso era porque muchos no sabían quiénes eran. ¿Qué le vamos a hacer (o quelevachaché, como decía un viejo amigo)? Me quedé en el 73. Pero que el mundo había cambiado me golpeó de repente cuando, al salir de la escuela donde votaba, veo que mi intendente radical-delasotista-macrista-vecinalista (o sea un hombre de principios firmes y movibles) había hecho el Paseo de la Democracia: empezaba en el geriátrico y terminaba en el cuartel de la Gendarmería (¿o era al revés?) y pasaba a través de las vías de tren en desuso y del playón donde se almacena la soja. Digamos, la síntesis de la política argentina.

Y eso me hizo acordar que el otro día vi a un filósofo, bastante mediocre y pretencioso por cierto, que en la tele decía una obviedad tras otra, pero finalmente le acertó: el problema de la Argentina no es el peronismo, el problema son los argentinos… y se incluyó en el montón. Sep, tiene totalmente razón. Pero no siempre fue igual y puede mejorar (o eso pienso yo). El problema es que puede tomar bastante tiempo, y mientras tanto hay que aguantar el chubasco. De todas maneras, la cosa es cómo llegamos hasta aquí, donde todos están convencidos que los dos Kirchner, presidentes mediocres y sin ideas en la cabeza, digamos dos vivillos de pacotilla, son algo así como «estadistas internacionales». Con esa inquietud en mente, traté de enderezar algunas ideas.

Durante décadas la Argentina produjo grandes intelectuales y artistas; sus políticos podían ser de signos distintos pero eran gente pensante; el nivel cultural de su población estaba entre los más altos del planeta; había más alfabetización que en Estados Unidos y era la industria editorial más grande del mundo hispánico. Nuestra cultura era «de izquierda», por eso la derecha nunca pudo ganar una elección y recurría a golpes de estado. Oligarcas conservadores, radicales clasemedieros, populistas trabajadores, y comunistas obreros, todos pero absolutamente todos tenían un modelo de país en mente. Está claro, un modelo que los beneficiara como grupo social, pero en todo caso un modelo que implicaba desarrollo en una dirección, aunque no fuera la mía y que lesionara no sólo mis intereses sino también los de mi sector. Los conservadores explotadores y antidemocráticos construyeron puertos, ferrocarriles y usinas que facilitaran sus negocios agroexportadores. El primer gobierno de Perón, autoritario y corrupto, incrementó la distribución de la riqueza hasta el 50% para los asalariados porque necesitaba impulsar el consumo interno. Los comunistas, stalinistas y escasamente revolucionarios, fueron los grandes constructores de las cooperativas obreras y de los sindicatos. Mientras que los radicales, oportunistas y antiobreros, garantizaban un sistema de servicio civil y de educación pública y gratuita que favorecían al empleo público de los sectores medios. Hasta los horribles dictadores militares construyeron grandes obras mientras mataban a los ciudadanos «contreras»: estadios de fútbol, carreteras, puentes, usinas eléctricas, e inclusive la Biblioteca Nacional. Se pelearon todos a muerte, y se odiaron buena parte de ese tiempo. Pero lo que los diferenciaba era su contenido de clase por lo que veían la Argentina en formas diferentes y para lograrlo cada uno era absolutamente salvaje: y la violencia política comenzó con los conservadores, siguió con los radicales y socialistas, para continuar con los militares, hasta desembocar en los peronistas y, luego, la guerrilla. Que quede claro, no estoy diciendo que esto era algo bueno, ni que ninguno de estos valía la pena. Lo que estoy diciendo es que la sangrienta historia argentina tenía que ver con principios, ideas, y visiones de un mundo que podían beneficiar a unos por encima de otros.

Hasta hoy. Lo que pasa es que el mundo ha cambiado. Pero no por tonterías como twitter, o facebook. Si no porque el neoliberalismo ha triunfado logrando un capitalismo absolutamente salvaje y despiadado. Primero reprimió a lo bruto. Y no es accidente que Costa Gavras hiciera películas como Z o Estado de Sitio, al fin y al cabo Grecia y Uruguay eran parte del mismo proceso. Y esto no fue parte solamente del «Tercer Mundo»: Alemania e Italia utilizaron la excusa de la guerrilla para reprimir a mansalva, mientras que Franco fue un pionero en destruir una nación pensante y Estados Unidos lo tuvo a McCarthy. Una vez que mataron a los críticos, a los que tenían corazón, vinieron las medidas de «reforma» socioeconómica, o sea Reagan y Thatcher. Y como parte de ellas la crisis económica como efecto disciplinador. El «Gran Terror», como lo denominó un colega economista yanqui, siempre tuvo una característica notable: todos perdíamos, excepto los más ricos que salían fortalecidos. Como me dijo una vez un viejo militante obrero: «lo que no pudo la represión, lo pudo el hambre». El resultado fue el quiebre de redes sociales, de solidaridades y amistades, de códigos barriales. Aumentó la cantidad de desempleados, y sobre todo de aquellos que nunca tuvieron un trabajo formal. Diría Marx en el 18 de Brumario: creció la cantidad de lúmpenes, sobre todo porque de repente millones se alejaron de la cultura obrera.

Pero mucho, mucho, peor es que los sectores medios, y sobre todo los medios bajos, aquellos durante un siglo habían llevado adelante la familia con un empleo y cuya esperanza era que «m’ijo el dotor» tuviera movilidad social (o sea con educación y neuronas), de repente descubrieron que eso no alcanzaba ni en pedo para nada. Es más, por mucha capacidad que tuvieras, cuando golpeaba la crisis tus ahorros desaparecían, podías perder la casa, y la señora tenía que salir a trabajar por un salario (digamos, antes trabajaba de ama de casa, pero don Medio no lo consideraba trabajo). En la Argentina, luego de la hiperinflación de los ’80, luego de la crisis de 2001, y luego de la «década ganada», estos sectores aprendieron rapidito varias cosas: 1. La educación no sirve para aprender, sino para conectarte. Al nene hay que mandarlo no a escuelas buenas, sino a escuelas donde se haga «amigo» de los poderosos, aunque estos sean todos ladrones y los profes no sepan nada de nada. 2. No se asciende por mérito, sino por «lealtad» y «confianza»… y hay que poder cambiar de bando antes de que se caiga… si querés un amigo cómprate un perro. 3. El único resguardo es mucha pero mucha plata en un banco en el exterior, todo lo otro son pamplinas. 4. La plata te da impunidad para cualquier cosa. 5. Tener principios e ideología es algo costoso y que puede impedir los cuatro primeros puntos. En síntesis, antes los tipos que pensaban que con esfuerzo y capacidad se podía progresar, ahora piensan que con avivadas y robos se logran más cosas. Los que no están de acuerdo, encima, son peligrosos, porque desnudan al Rey o Reina y al discurso… porque, a no olvidar, una cosa es ser un oportunista total, y otra no insistir una y otra vez que en realidad lo tuyo es algo muy principista. Así surgieron los K, y su síntesis es elemental: insistís que no reprimís cuando estas matando a los Qom; decís que defiendes los derechos humanos cuando en realidad hay cada vez más violaciones; acusas a los otros de querer «devaluar» justito cuando acabas de llevar el peso de 3 a 10 por dólar; repetís hasta el cansancio que has nacionalizado cuando en realidad lo que hiciste fue comprarte el paquete accionario de empresas privadas, con el dinero de todos, y utilizarlo como algo personal; envenenas provincias enteras con glifosato o el cianuro de la minería a cielo abierto, mientras decís que esto «genera trabajo»; hablas de conquistas sociales lo que son compra de voluntades a través de subsidios, nada de generar trabajo mejor es sacarle a los asalariados formales para darle a los desempleados… así, encima de todo, se pelean por el ingreso. Y todo esto lo arropas en lenguaje «progre» y anti capitalista… mientras arreglás negocios con Barrick Gold, Chevron, Citibank, Morgan, y tantos pero tantos otros.

La gran pregunta gran es por qué tanta gente inteligente compra estas cosas. Para algunos tiene que ver con el terror a quedarse sin empleo. ¿Y para los otros? Por ejemplo, ¿y para los intelectuales y artistas o los antiguos militantes? Debería ser simple… además de los aprendizajes de la década neoliberal, la realidad es que los que entran en el sistema la pasan muy bien. Y no sólo ahora… Menem ganó las elecciones de 1995 cuando todos sabíamos que era un pirata y que el país se iba al tacho. ¿Por qué? Simple, por lo que se llamó el «voto cuota». Todos querían seguir consumiendo a lo bruto, aunque mañana «pagadios». Y vino el pagadios, indudablemente. ¿Y hoy? Como me dijo un amigo: «nunca estuve mejor». Caramba, pensé yo, qué testimonio al individualismo y la falta de neuronas. ¿Podés estar mejor cuando tus hijos no pueden salir a la calle sin peligro de que les roben las zapatillas de cientos de dólares que compraste gracias a este sistema? El cree que si. Yo creo que nos vamos a la mierda en coche. Aunque nos conocemos hace unos treinta años, ahora él insiste que yo soy un trosko-gorila-antipopular redomado. Y yo creo que él es un oportunista, macarto, cuyas solidaridades, principios y neuronas de toda una vida fueron abandonados por unos miles de dólares mensuales. Y se rifa el futuro de sus hijos, y lo que es peor también el de los míos. Capaz que no hay un colapso como 2001, pero lo que es seguro es que 14 millones de argentinos, sobre 40, pasan hambre; que cerca del 70% apenas si llegan a fin de mes; que el robo y la criminalidad aumentan todos los días; y ni hablar de salud, educación y otras yerbas. Yo todavía tengo que hablar con uno solo de mis vecinos que piense que su voto cambió algo. O que piense que alguno de los candidatos es «bueno». En síntesis, todos sospechan que el problema es más profundo. Porque yo, que todavía creo en un mundo mejor, voté a la izquierda y eso a pesar de mis muchas críticas. Y también porque no puedo avalar a los que han creado este mundo cada vez más injusto, horrible y caníbal. Por eso, al igual que yo, muchos pensaron en votar al Frente de Izquierda y los Trabajadores o al Frente Progresista. Pero muchos más no lo hicieron. ¿Y por qué no? Simplemente porque se trata de sobrevivir en un mundo salvaje y sin principios donde la ignorancia y el embrutecimiento campea por doquier. Lo que emerge es una política basada en el clientelismo y el posibilismo. Que un vecindario vote en contra de la estructura de poder provincial o municipal puede resultarle muy costoso: se pueden eliminar subsidios, el transporte público puede cambiar su ruta; proyectos de vivienda pueden ser obstaculizados; la policía puede recibir mano libre convirtiendo al vecindario en una «zona libre». La gente vive esto como que «fulano de tal hace algo por el barrio», y rara vez como un chantaje electoral. Y en el medio se pierde el gobierno del demos y el futuro.

Hasta el día que la izquierda levante las banderas de la revolución, una vez más, y cante La Internacional como un himno de lucha obrera, y no como un coro del Teatro Colón. Todos pero todos se meten para adentro y tratan de sobrevivir al chubasco. Y un día nos llegará el agua al cuello. Y ahí veremos que hemos sido gobernados durante décadas por conservadores, radicales, socialistas, peronistas de toda laya, y militares… y que el problema no es quién gobierna sino que es el capitalismo. No estoy diciendo que «cuanto peor, mejor», sino que no habrá otra opción. Es hora que hagamos la revolución… pero sólo si queremos un país digno y para todos.

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4 thoughts on “¿Ganamos o perdimos?”

  1. De acuerdo con Pablo Pozzi en buena parte de la descarnada descripción de la historia argentina reciente. Me permito disentir en el diagnóstico final de que el problema es el capitalismo, y su solución la revolución. Creo que se puede administrar un modelo de producción con propiedad privada, y que a través de un sistema impositivo equitativo un Estado regulador, eficiente y honesto pueda dar los servicios esenciales a todo el mundo Y ADEMÁS redistribuir riqueza. El problema fundamental es que se tolera, o se es cómplice, de la violación sistemática de toda norma legal, constitucional y ética a niveles de miedo. Los impuestos se cobran, las partidas están, los funcionarios no cumplen. Los políticos no rinden cuentas, se insultan en los medios y arreglan en secreto. Y usan buena parte del tiempo y el dinero en ocultar sus robos, acomodar amigos y perpetuarse en el poder. El día que esté preso alguien más que Maria Julia, se dará el primer paso.

  2. Estimado Diego: toda norma legal (incluyendo, por supuesto, a la Constitución) está hecha para la perpetuar en el poder a la clase dominante. El problema es, de hecho, el capitalismo. Prueba de ello es el individualismo recalcitrante que Pablo Pozzi describe (a mi juicio, acertadamente) en su diagnóstico. Este sistema suicida se sostiene sobre la idea ridícula de que el bienestar individual es más importante que el bien común, cosa que el más elemental análisis a la historia de la evolución de las especies desmiente. Es, directamente, antinatural. Y ese individualismo, que nos empuja hacia nuestra propia destrucción bajo el concepto de «competitividad» es el fundamento, la base misma de ideas tan descabelladas como la alienación de la tierra y la propiedad privada. Nos estamos rifando la vida por consumir identidades de cartón, para acceder a experiencias de vida prefabricadas, financiadas en incómodas cuotas. Incluyendo, paradójicamente, la tecnología desde la que escribo estas líneas.
    Espero, Pablo, que tengas razón. Aunque la veo difícil…

  3. Me parece que lo importante de DIAI es poder compartir puntos de vista variados y distintos, o sea disentir sin matarnos. Yo coincido con cosas que dicen ambos y con otras no tanto. Lo peor es que acabo de volver de Uruguay donde vi ciudad limpia, universidad publica limpita y cuidada con estudiantes bien rojillos, gente amable y tranquila… y hay problemas y pobreza pero en cierto sentido están donde estábamos nosotros digamos hace 30 años. Como dice un amigo Argentina menos Peronismo = Uruguay. Y como soy medio gorilón me gustó bastante. Lo que dice Bárbara tiene bastante razón: aquí, en mi pueblo, los glifosatos están haciendo estragos en la salud de la gente, las napas están contaminadas hasta los 50 metros. Y Diego tiene razón que un estado benefactor sería infinitamente mejor que este adefesio que tenemos. La gran pregunta gran es por qué no hay otra cosa… o porque no surgen otras propuestas. Y en eso incluyo al FIT que me parece de lo más lavadito y sin propuesta de país. Pero gracias por el comentario

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