Voto en blanco o algo así

Votar en Blanco

por Pablo Pozzi

El domingo tengo que votar otra vez. Y a pocos días de ese «hecho» me llueven los llamados para convencerme que vote a Scioli (supongo que porque suponen que no votaría nunca a Macri) y eso a pesar de que he dicho en reiteradas ocasiones que votaré en blanco. Desde el Partido Comunista, pasando por Atilio Borón, hasta Norberto Galasso y la Juventud Guevarista envían «posiciones», algunas alarmistas, otras tratando de ser «analíticas». Cada una que me llega me deja con la sensación que debo votar por el otro.

Borón insiste que hay que votar por Scioli para cerrarle el paso al imperialismo. Ajá, buen argumento, excepto que la Chevron, la Barrick Gold, y una carrada de otros están con el candidato K que es Scioli. Como esos detalles no le importan insiste que el voto en blanco es un voto pro imperialista. Siempre me fascinó Boron, un tipo que fuera de la Argentina hace alarde de marxista y revolucionario, pero aquí siempre cierra por derecha. Digamos, su apoyo a Scioli no me sorprendió, al fin y al cabo también apoyó al candidato de la derecha radical, Eduardo Angelóz, en 1989.

Más interesante es Norberto Galasso, que por lo menos es un buen historiador y un investigador serio. Claro, que eso no necesariamente se traslada a sus posturas políticas. Hace apenas dos años insistía que la izquierda no tiene ningún peso, y sugería que siempre habíamos estado en contra del pueblo y con la derecha. Ahora trata de convencer a los votantes de la izquierda, y en particular a los del FIT, que hay que votar a Scioli. ¿Cómo? No es que somos malos malos malos. Pero la necesidad tiene cara de hereje, y eso hace que muchos macartistas borren con el codo lo que escribieron con la mano.

Por su parte, Daniel De Santis y la Juventud Guevarista llaman a «unificar todas las formas de resistencia al ajuste». Eso está güeno, pensé yo, finalmente alguien que llama a organizar la resistencia postergando diferencias que muchas veces no son centrales. Pero no, «los que votan en blanco resisten, los que votan a Scioli como resistencia también». Y todos somos lo mismo. Es indudable que los que apoyaron a Scioli hace un añito solamente, cuando el dólar se iba de 4 a 16 pesos, la inflación oscilaba en el 40%, y el gobierno imponía topes salariales del 25% estaban «resistiendo» igualito que los que se bancaban los palos, estaban en las luchas, y arriesgaban el trabajo demandando aumentos salariales.

Podría seguir hasta el cansancio, e incluir a mi amigo Abel Bohoslavsky que en este blog plantea que hay una diferencia de clase entre los dos candidatos. Macri representa a la «rancia derecha que en el terreno electoral nunca pudo avanzar» dando a pensar que un voto a Scioli sería «el mal menor». Pero soy injusto porque Abel cierra su nota explicando que el voto en blanco es una forma de expresar la bronca popular.

Creo que hay que puntualizar algunas cosas. Lo primero es darnos cuenta que en diciembre de 2001 surgió una crisis institucional que encerraba una de legitimidad de la dominación, o sea una crisis orgánica. El problema central para la burguesía era que en medio del colapso económico habían surgido centenares de formas de organización popular que si bien carecían de una articulación y de una propuesta política alternativa, cuestionaban el sistema político y las formas de dominación. ¿Cómo recomponer la situación con rapidez y antes de que hubiera un vuelco decidido hacia una salida obrero y popular? Sobre todo en un contexto donde la represión abierta no parecía ser una respuesta viable. El recurso fue simple y se basó en la experiencia del retorno de Perón en 1973: recurrieron al peronismo kirchnerista cuyo discurso en apariencia progresista sirvió para que la protesta volviera a ser canalizada por vías institucionales. Había que cambiar algo para que no cambiara nada. Algunas reformas ansiadas por la población se aunaron a una retórica «progre» para relegitimar la continuidad del neoliberalismo. Y en doce años cambiaron la política argentina, mientras profundizaban los cambios socioeconómicos de la era menemista. Cooptaron al movimiento por los derechos humanos y a muchos antiguos militantes de izquierda; devaluaron al léxico de la izquierda utilizándolo para justificar medidas opuestas; convirtieron a la militancia en empleados públicos; vaciaron de contenido la voluntad popular poniendo los deseos facciosos por encima de cualquier expresión democrática. Ehhhh, indudablemente exagero porque soy un pro imperialista, como diría Borón. O más o menos. Hebe de Bonafini fue una voz crítica, a menudo estridente, inclaudicable, hasta que se abrazó con Néstor Kirchner; heroicos activistas obreros y sacrificados militantes setentistas se volcaron a justificar cosas que habían condenado durante décadas por un sueldito; los ministerios se llenaron de nuevos empleados nombrados porque «son políticamente confiables»; Cristina Kirchner llamó a oponerse al imperialismo mientras su ministro de Economía Kicilloff se reunía con el FMI. Ad nauseam.

Pero sobre todo, y en eso Abel tiene mucha razón, desprestigiando al progresismo y a la izquierda dieron pie para que surgiera, por vez primera en la historia argentina, una derecha que pueda triunfar electoralmente. Y mientras tanto la concentración económica y la desigualdad social fueron en crecimiento casi sin cuestionamiento. Como señaló Sergio Arelovich (Desde el Pié 03, SOEAR octubre 2015) el 80% de los trabajadores privados cobran menos que el salario mínimo que necesita una familia de cuatro personas para solventar sus gastos. Pero entendamos algo: Macri es la derecha y Scioli es la derecha. Y ambos no son la «rancia derecha», son nuevitos, y no por su propia trayectoria política sino por los sectores sociales que los apoyan. El macrismo es una mezcla de sectores medios y grandes empresarios que logró el voto de muchísimos sectores humildes de la Capital Federal y de la Provincia de Buenos Aires. Estos fueron sectores que, históricamente, apoyaron a la izquierda tanto marxista como peronista. ¿Y Scioli? Logra apoyos en sectores similares, si bien hay más sectores medios bajos. En ninguno de los dos casos representan a la vieja coalición electoral peronista, o radical/conservadora en el caso de Macri. Y no podía ser de otra forma. La Argentina ha cambiado (como ha cambiado el mundo) en las últimas cinco décadas. La vieja oligarquía terrateniente no existe más, y la nueva burguesía se ha diversificado y trasnacionalizado. Bunge y Born, Cargill, United Harvester y otros tienen negocios en la Argentina y en Brasil, oficinas en Nueva York, cotizan en la bolsa de Wall Street y monopolizan no solo el grano argentino sino el mundial. En 1990 los profesionales argentinos que dependían de organismos internacionales eran algunas docenas, hoy en día son docenas de miles conformando un sector social. Y estas docenas de miles derivan sus suculentos salarios de llevar a cabo, e impulsar, las propuestas de sus organismos aunque lesionen al país.

Podría seguir, pero basten unas palabras para graficar esto. ¿Alguien piensa en serio que si gana Scioli no habrá ajuste económico o que se beneficiarán los trabajadores? El ajuste es la política del capital y no del «rancio» Macri o del «pelele» Scioli. Lo mismo que «lograr la confianza de los capitales internacionales» (algo que ambos insisten que son los mejores para hacerlo), o incrementar la represión con la excusa de «combatir al narcotráfico». Las diferencias son de matices: Macri es mejor gestor de los intereses del gran capital, como lo ha demostrado con su capacidad de negociar con los sindicatos de la ciudad de Buenos Aires; Scioli, en cambio, es un fiel artífice de las políticas que nos trajeron hasta aquí, incluyendo la impunidad, la corrupción, y el clientelismo. Pero en ambos casos, las tendencias democráticas y clasistas sindicales, los movimientos populares independientes, los ambientalistas, y tantos otros se verán agredidos en mayor escala. En el caso de Macri buscará limitar el crecimiento de la izquierda (de todo tipo) para lograr «estabilidad» o sea para mantener alta la tasa de ganancia sin desafíos de base. ¿Y en el caso de Scioli? Tan malo o aun peor, sobre todo porque si gana lo habrá hecho con el apoyo de los peores sectores de la burocracia sindical, además de los grandes capitales, que exigirán «mano libre» para meter en vereda «a los rojos», mientras que se recuesta en sus aliados clave: los caciques peronistas del norte argentino que se dedican a gobernar provincias como feudos.

¿Y entonces, qué hacer? Por un lado hay que votar en blanco. Mejor si somos muchos, pero si somos pocos también cuenta. Lo primero es señalar que hay un sector de la población que no estamos representados por estos dos señores. Votar a Scioli no es «resistir» es conceder ante la explotación y la miseria de los K; votar a Macri no es «cambiar» sino que es ordenar la explotación desenfrenada y hacerla aún más eficiente. Pero además, el voto en blanco separa la paja del trigo, o sea a los oportunistas de aquellos que quieren un país mejor sin explotadores ni explotados. Permite que nos veamos y nos reconozcamos para que, estemos en las mismas organizaciones o independientes como yo, podamos saber quiénes somos y comenzar el lento y dificultoso proceso de unirnos. Y en esto hay que ser claro: el no votar no es una opción, porque implica que resignamos el derecho a participar y otorgamos aún más libertad de acción a los explotadores de siempre. Se viene un período muy duro de luchas y conflictos sociales donde la izquierda jugará un papel preponderante. Pero una cosa es una izquierda que sabe que del 3 al 5% de la población votó en blanco repudiando al ajuste de ambos candidatos, y otra muy distinta una izquierda diluida en el voto cómplice y oportunista del sciolismo.

De última, yo voy a votar mi conciencia. Y no voy a dejar que me asusten o que me mientan más. Quiero una Argentina mejor, y la única forma que me han dejado para contribuir a ellos es el voto en blanco. No voto explotadores de ningún tipo. No los quiero. ¡QUE SE VAYAN!

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