Año nuevo, política vieja

por Pablo Pozzi

Por suerte ya pasaron las fiestas, y ahora volvemos a la realidad. Bueno, en verdad lo que no tuve fue espíritu festivo, todo gracias al nuevo gobierno progresista de Alberto y Cristina. Por suerte mucha gente los votó para poner fin a las medidas neoliberales de Macri que habían logrado empobrecer a la población y enriquecer a los sospechosos de siempre. Por suerte el PC celebró las fiestas con un deseo por el fin de los presos políticos y una foto del ex Vicepresidente Amado Boudou, culpable de diversos fraudes y acusado de haberse comprado la Casa de la Moneda, digamos igualito que los sindicalistas y presos políticos de la dictadura del 76. Casi estuvieron a la altura de Cristina Kirchner que declaró «la historia me absolverá», equiparando el juicio a Fidel por el ataque al Cuartel Moncada con sus acusaciones por malversar fondos del Estado. Como además me fui a pasar Navidad con la familia, mientras lo hacía me chorearon la casa, y no me quedó otra más que pensar que era algo así como un símil del país: te descuidas un minuto y te roban.

Los Fernández ganaron la elección del año pasado abrumadoramente por un poco más del 7 % de diferencia en votos. Rápidamente los progres del mundo celebraron, junto con los peronistas locales (es discutible si ellos son progres): se acababa la crisis, el neoliberalismo macrista había sido repudiado, y ahora emprenderíamos una vez más el camino del crecimiento y el desarrollo priorizando las necesidades populares que inauguraron Néstor y Cristina. Mientras tanto «los mercados» estaban preocupados que regresaba «el populismo». ¡¡¡Oh, yes!!! Claro que los empresarios se olvidaron de que habían hecho buenos negocios con los Kirchner, y que fue Macri (su muchacho y CEO) el que procesó (por primera vez) a 80 grandes empresarios por corromper funcionarios públicos. Pobre Mauricio, encima de ser tonto se creyó su propio discurso de que los sectores dominantes querían una justicia que funcione, o sea y valga la redundancia: justa. Rápidos de reflejos, y entendiendo cómo son las cosas, el nuevo gobierno rapidito liberó a «los presos políticos», declaró que la justicia argentina era «lawfare». Esto último me encantó: el término, muy utilizado por el yanqui Coronel Charles Dunlap, implica «un método por el cual la ley se utiliza para lograr objetivos de guerra». Digamos, como Nuremberg. Claro que se use cualquier cosa para decir cualquier otra es secundario (warfare quiere decir hacer la guerra, lawfare es ¿hacer la ley?). Obvio que evita el engorroso tema de que por ahí los acusados son culpables, son chorros, corruptos, mentirosos. Digamos, si así fuera el impeachment de Trump es también lawfare… ups, eso es precisamente lo que dicen sus partidarios. ¿Trump y Cristina un solo corazón?

El miedo al populismo se disipó rápidamente, cuando el nuevo Pres Fernández nombró a su ministro de economía (un tal Martín Guzmán, hombre de Stiglitz pero sin antecedentes excepto el de haber estudiado en Estados Unidos): Stiglitz, héroe de la progresía solo por haber dicho que no había que pagar la deuda allá por 2002, siempre fue un neoliberal, hombre del FMI. O sea, progre en el discurso (o más o menos), pero en la práctica Guzmán es un pibe que comparte todo con el FMI y su mentor Joseph. Y ahí vamos… para no perder el tiempo, el nuevo gobierno progre/peronista/kirchnerista lanzó su nueva campaña solidaria con un montón de medidas:

  1. Retenciones: raudamente subió las retenciones a las exportaciones agrarias (la tasa de cambio diferencial cuando los exportadores liquidan las divisas devengadas en el exterior). Golpe a la oligarquía terrateniente. Bueno, más o menos. Dado que los grandes exportadores declararon antes del aumento lo que iban a liquidar, pero que les pagarán a los productores con la nueva tasa, el resultado será no más ingresos al estado, sino una transferencia de los bolsillos del productor al del exportador. Digamos, la medida (para variar) implica ganar «confianza de los mercados». Pero, como me dijo un amigo, «que lo maten al campo». No me quedó otra más que pensar que el stalinismo tiene discípulos locales: matemos a los kulaks sin tener ni idea de la alternativa, total qué me importa si nos morimos de hambre. Claro que mientras tanto «el campo» se ha puesto en pie de guerra una vez más. No es que los «gringos» sean buenos, sino que la medida de progre no tiene nada.
  2. Dólar: si las retenciones fueron poco progres, el «dólar solidario» fue mucho más feliz. Para impedir la fuga de divisas, el nuevo gobierno impuso (igualito que Cristina) un impuesto del 30 % (ella puso 35 %) sobre los pasajes de avión y sobre los gastos en tarjetas de crédito en el exterior, más la compra de lo que se denomina «dólar ahorro». En realidad, lo que se hizo fue devaluar el dólar 30 % llevándolo de 65 a 83 de un saque. Obvio que la justificación es que «el gobierno anterior dejó un desastre tras suyo», más o menos lo mismo que dijo Macri hace 4 años cuando devaluó un monto similar. Claro que eso limita a «los ricos», aunque no se cómo: los ricos tienen cuentas afuera, sus tarjetas son de bancos neoyorkinos, y disponen de numerosos medios para trocar sus pesos en divisas sin pagar el sobrecargo. En síntesis, el palo es para aquellos que ganan un salario hasta ayer de 800 a 1500 U$ por mes, hoy en día 500 a 1000, y que son los que disponen de algunos pesos para tratar de ahorrar en divisas que se devalúe poco (o sea el dólar también se devalúa pero menos que el peso).
  3. Indemnización por despidos: los empleadores que despidan sin causa justa tendrán que pagar el doble. ¿Qué constituye causa justa? ¿La bancarrota porque el Estado te ahoga con impuestos? Digamos, esto es un problema sobre todo para la pequeña y mediana empresa que siempre está al borde de la crisis, los grandes pueden pagar el doble o el triple, o simplemente atarte con abogados hasta el día del juicio final.
  4. Con lo anterior llegaron los impuestos solidarios. Todos, el Presidente y los gobernadores, se lanzaron a aumentar impuestos de todo tipo, más las tarifas de luz, agua, gas. El salario ha vuelto a ser considerado ganancia y vamos a imponerle un nuevo impuesto, que afecta sobre todo a los trabajadores en relación de dependencia. A los otros les duplicamos el monotributo. Una vez más, el que hace las cosas por derecha en la Argentina, pierde como en la guerra.
  5. Claro, y como no hay plata, y nace poca gente, y hay mucho desempleo y nadie aporta al fondo jubilatorio, vamos a bajar las jubilaciones. Mientras tanto todos se olvidan de que se robaron la platita que aportamos 35 o 40 años; o mejor aún, que la usamos para pagarle al FMI o a los grandes grupos económicos. Pero, a no preocuparse, mientras las bajamos le damos 5000 pesitos a los que ganan jubilaciones menores a 14000. En caso de que no se den cuenta, esto no llegaba a U$100 cuando lo anunciaron, y cuando lo pagaron no llega a U$70, con el correspondiente valor adquisitivo. ¿Y los que perciben jubilaciones de 15000? Que se jodan, porque son ricos. Pero, claro, esto va a afectar los que perciben decenas de miles que, obvio, son ricos sobre todo porque 100 mil pesitos hoy son unos 1250 U$ o sea más o menos un pasaje de avión al exterior. Eso si, al igual que con el dólar el criterio es que «los que más tienen deben ser solidarios con los que menos».

Supongo que los que menos tienen deben ser los grandes grupos económicos y el FMI, porque el gobierno reconoció todas las deudas, no aplicó ni una quita, ni un esquema de reducción de pagos. Como siempre, el Presidente Nicolás Avellaneda, allá por 1877,tenía razón: «…Hay dos millones de argentinos que ahorrarán hasta sobre su hambre y sed para responder, en una situación suprema, a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros (…) Si es necesario, pagaremos la deuda con la sangre, el sudor y las lágrimas de los argentinos… pero pagaremos…» Claro que esto no debería sorprendernos ya que el peronista Menem dijo que las deudas contraídas eran «un compromiso de honor», y Cristina Fernández de Kirchner agregó que su gobierno había sido «un pagador serial […] con el esfuerzo de todos los argentinos».

Como corresponde esto se suma a los diversos proyectos «productivos». O sea, bajamos las retenciones al petróleo y la minería. Como señaló el nuevo presidente, hace apenas dos semanas en la reunión de la Asociación de Cámaras Empresarias Argentinas, la estrategia del nuevo gobierno es impulsar este tipo de actividad. Esto no debería sorprender a nadie. El gobernador peronista de Chubut, Arcioni, aliado de Fernández ha provocado un conflicto de proporciones aumentando los salarios públicos sin fondos, todo para insistir que su provincia puede obtener nuevos ingresos a través de proyectos de megaminería. Y en Mendoza, la alianza circunstancial de peronistas, macristas y radicales, votó leyes que faciliten la instalación de emprendimientos de megaminería. En ambos casos, el resultado fueron movilizaciones masivas de ciudadanos que han logrado, temporariamente, frenar estos proyectos. Inconscientes ellos que no quieren que el agua de sus provincias se llene de cianuro… como ocurrió en Jachal, provincia de San Juan.

Ah si, y mientras insistían que había que «sanear y ordenar las cuentas públicas», despidiendo gente (sobre todo opositores), se las arreglaron para aumentar los suculentos salarios de jueces y judiciales, de diputados y senadores (que le cuestan 15 veces al erario lo que sus pares en España), de funcionarios y sus familias… ah, me olvidaba mientras derogaban la ley que impedía que un funcionario nombre a sus familiares en cargos del Estado. Esta claro que no hizo falta derogar ninguna ley que impida nombrar amigotes y correligionarios.

No esta mal para un gobierno que asumió hace apenas menos de un mes, con las fiestas en el medio. Siempre es lo mismo: los anteriores hicieron un desastre, y ahora hay que generar confianza en «los mercados». Para eso el esfuerzo lo tenemos que hacer los ciudadanos de a pie. Mientras tanto, «los mercados» vacacionan en Punta del Este, se van a Miami, y disfrutan de la plata malhabida en cuanto gobierno tuvo el país.

Como corresponde, «los mercados» han reaccionado bien: las acciones argentinas en Wall Street suben; el dólar «oficial» baja (lástima que no podamos acceder a él); el presidente de Fiat Chrysler Cristiano Ratazzi insistió que «el primer mes del gobierno de Alberto Fernández fue brillante»; el FMI expresa su apoyo. Y todo sigue como antes. Digamos, el pero-kirchnerismo toma medidas macristas, más o menos como el macrismo tomó medidas kirchneristas.

Como me dijo un amigo: «¿qué más se puede hacer? Si el país es un desastre». Y si, es un desastre porque los mismos de siempre gobiernan para los mismos de siempre. Y encima, el peronismo, con un discurso progre lleva adelante la ofensiva de la burguesía. Insisto, no es un ajuste, es una ofensiva lisa y llana, más allá de los gobiernos, sobre las pocas conquistas sociales y derechos de los trabajadores. Si hubiera ganado Macri haría lo mismo, como de hecho lo hizo durante su gobierno. La diferencia es que ahora el aparato del peronismo se encuentra atrincherado en el Estado y fogoneando la ofensiva. Chile, Bolivia, Ecuador explotan contra el neoliberalismo; por suerte tenemos al peronismo que impide semejantes muestras de incomprensión y mala educación.

¿Podíamos hacer otra cosa que votar en contra de Macri? Quién sabe. Una posibilidad era votar a la izquierda, con todas las críticas que les puedo tener (que son muchas) muchos diputados rojillos dificultarían la ofensiva. Otra es romper con el peronismo, y generar instancias autónomas de trabajadores. Desde 1950 y las huelgas azucareras, más el Congreso de la Productividad, en adelante, el peronismo ha liderado a los trabajadores argentinos de derrota en derrota. ¿Entonces por qué tantos lo votan? Esa es la pregunta del millón. En parte porque no hay alternativa, en parte por el clientelismo y el fraude (¿cómo puede ser que en Chubut o en Mendoza sigan votándolos a pesar de los desastres hechos?). Y en parte porque la gente quiere creer en algo, como creen que Bergoglio es progresista, o que la Argentina es uno de los mejores países del mundo, o que Maradona (30 años más tarde) es algo más que un lúmpen, drogón, que apenas si puede hablar. Me recuerda la película El Ciudadano Ilustre (2016), donde el premio Nobel regresa a su pueblo para descubrir un microcosmos de la Argentina, bruta, ignorante y profundamente oportunista. Quizás el principal problema es que somos argentinos, o sea peronistas, y no nos interesa ni la verdad ni la razón, sino solo lo que me beneficia a mí. Y cuando buscamos culpables, solo hace falta mirar en el espejo. ¿Un poco negativo lo mío? No un poco, mucho. Estoy muy harto de mis compatriotas. Los que no son parte, se van del país, o se meten para adentro esperando que pase el vendaval. Solo unos pocos se ponen de pie y luchan, cuando en realidad deberían ser millones. No ocurre, y así estamos como estamos. Año nuevo, gobierno nuevo, políticas viejas.

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