«Desde abajo»: El clasismo desde el hoy

por Pablo Pozzi

Me metí en un lío. Como buen bocón que soy les dije a los compañeros de que para hacer un periódico clasista había que discutir qué es clasismo hoy y que con la nostalgia no basta. Rápidos los muchachos respondieron «qué buena idea, te toca escribirlo». Me imagino las sonrisitas; pero como intelectual no me podía ir al mazo así como así, y aquí estoy sufriendo tratando de explicar sobre el clasismo el día de hoy, esperando que en el futuro alguien tome la posta y lo diga mejor que yo.

Lo primero que tendría que decir es que el clasismo me parece importante, pero que también estoy podrido de escuchar hablar sobre SITRAC-SITRAM. Cada vez me hablan de ellos es como si aquello hubiera sido una épica de película yanqui, con obreros perfectos y propuestas clarísimas. Y nosotros, por supuesto, no estamos a la altura. Sólo el Goyo Flores ha tratado, en forma que se puede entender, de aplicar las lecciones de aquellas luchas a nosotros hoy.

Dicho lo anterior, ¿qué es el clasismo? Andrea Andujar escribió que «un movimiento de carácter clasista es aquel que cuestiona la estructura de poder de la sociedad –las relaciones de clase–, reconociendo la existencia de contradicciones antagónicas entre la clase obrera y la burguesía». Tá güeno, pero, ¿y cómo se come eso? Un obrero cordobés dijo hace muchos años que el clasismo es que hubiera aspirinas en los hospitales y que todos tuviéramos trabajo. También está bueno. Pero aunque dice mucho, tampoco explica demasiado. En algún lado entre la primera definición y lo que dijo el obrero debería estar una explicación que nos sirva a nosotros.

En la historia, clasistas fueron los gremios de la Fiat en Córdoba, y también Perkins y Transax, y el SMATA de René Salamanca, PASA y la CGT clasista de San Lorenzo, y la CGT clasista de Salta, además de muchas agrupaciones sindicales. Entre todos estos hubo variaciones políticas e ideológicas. Salamanca era del PCR, Armando Jaime de Salta era del Frente Revolucionario Peronista, en Córdoba la mayoría de los de Fiat se incorporaron al PRT-ERP y al Peronismo de Base, otros eran independientes de izquierda. Lo que tenían en común era que apuntaban a representar a los trabajadores desde la clase obrera, por la clase obrera y para la clase obrera. Eran seres humanos con virtudes y déficit, pero como grupo eran honestos, solidarios y combativos. La idea básica era que el sindicato fuera de los afiliados y defendiera sus intereses, por lo que los dirigentes no tenían que eternizarse en los cargos y debían ir «al frente». O sea, todos podíamos ser clasistas siempre y cuando tuviéramos esto en mente.

Pero los clasistas de aquella época tuvieron conciencia de que con esto no alcanzaba. Para que hubiera aspirinas en los hospitales, trabajo para todos, salarios dignos, sindicatos representativos y tantas otras cosas, había que cuestionar el sistema en su conjunto. Si el obrero estaba mal, si no se lo respetaba, si las condiciones de vida empeoraban no se debía a que era vago, sino a que los empresarios se llevaban cada vez una mayor parte de la producción sin importante el bienestar del pueblo. La voracidad y la explotación eran la lógica capitalista. Para estar mejor había tres opciones: te ibas del país; buscabas la forma de poner una empresa propia, dejar de ser obrero y convertirte en explotador; o cambiabas el sistema. Algunos se fueron, como hoy muchos se van. Otros abandonaron a sus compañeros y cambiaron de bando uniéndose a los burócratas sindicales, como también lo hacen hoy. Pero muchos otros no abandonaron ni el país ni a sus compañeros, y decidieron jugarse por cambiar el sistema. Esos fueron los clasistas. Hoy son los menos, pero son los que harán un mejor futuro para todos.

Como escribió Guillermo O’Donnell: «El surgimiento de las postergadas demandas laborales canalizaba su acción hacia lo que estaban mejor preparados para hacer: ponerse al frente de demandas económicas inmediatas.» Los que se pusieron al frente de las demandas de la clase se incorporaron a la izquierda marxista porque querían cambiar el sistema y no simplemente negociar un lugarcito bajo el sol. Para los clasistas las mejoras en la vida del trabajador no están separadas del socialismo como meta. En la práctica, esto conforma una especie de poderoso programa, a través del cual la visión socialista entronca con la vida cotidiana del trabajador. De ahí que hace treinta años para muchos trabajadores, se sintieran o no socialistas, fueran o no clasistas, el socialismo era efectivamente la visión poderosa de «aspirinas en los hospitales y trabajo para todos». Esto fue y sigue siendo el clasismo.

¿Qué es el clasismo hoy? Primero de todo creo que no es una mera consigna. Creo que el clasismo significa una sociedad que se rige por los intereses de los trabajadores y no por el de los patrones. Es una sociedad donde el trabajador no sólo tiene trabajo sino que el sueldo está de acuerdo con ese trabajo; donde los hijos pueden estudiar porque la educación los hace libres; donde la autogestión obrera es cosa de todos los días y no sólo de algunas fábricas como Zanón; donde no hay desnutrición infantil porque todos tenemos para comer porque, en el país de las vacas y el trigo, nadie especula con la comida y salud ajena; finalmente es una sociedad verdaderamente democrática donde todos, libremente, decidimos lo que se hace, sin políticos, sin corruptos, sin negociados. El clasismo es realmente una sociedad socialista en embrión. Pero es más, mucho más.

El clasismo es un comportamiento. Es declamar menos y hacer más. Digamos, no es ponerse la remera del Che, sino ser como el Che. El clasista es un buen compañero y solidario en el trabajo y en el vecindario; sabe su oficio y lo enseña; se hace respetar y hace respetar al conjunto; no habla por hablar sino que enseña con el ejemplo; no es luchista sino que sabe cuándo y cómo hay que luchar, porque sabe que la vida y el trabajo de los compañeros son cosas sumamente importantes que no se pueden rifar a la bartola; es aquel que contribuye a que todos se organicen para poder enfrentar mejor a la explotación; de última, es aquel que se guía primero por los intereses del conjunto de la clase obrera, después por los de sus compañeros, y sólo en última instancia por los intereses personales. Ser clasista no es fácil, porque implica romper con todo lo que nos enseñan todos los días en la televisión, en los diarios, en el trabajo y en las escuelas. Ese comportamiento clasista va forjando, lentamente, una sociedad mejor para él o para ella y para sus hijos y los hijos de todos nosotros. Ser clasista es ser un obrero digno.

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