Trump y el golpe de estado

por Pablo Pozzi

Un viejo chiste, de mis épocas mozas, decía que la razón porque no había golpes de estado en Estados Unidos era porque no había embajada norteamericana en Washington. Bueno, pues parece que la acaban de inaugurar porque hace ya un mes y medio que ocurren una serie de movidas que parecen sacadas del famoso manual de Edward Luttwak1 para derrocar gobiernos: desestabilización, propaganda, captación de las Fuerzas Armadas y organismos de seguridad, invención de una amenaza externa. La diferencia es que Luttwak ideó su manual para ser utilizado por los norteamericanos, y ahora parecería que recurren a él las fuerzas anti Trump.

El principal caballito de batalla del golpismo es que las elecciones que nos trajeron al «Donald» fueron fraguadas por Vladimir Putin y los rusos. Estos hackearon los e-mails del Partido Demócrata, revelando que éstos habían realizado una inmensa cantidad de juegos sucios contra Bernie Sanders, e influenciaron la opinión pública en contra de Hillary Clinton. ¡Qué horror! Los rusos se metieron en nuestro límpido sistema electoral. Desde el New York Times y el Washington Post hasta la CIA vienen batiendo el parche con este tema. Obama confirmó que los rusos apoyaron a Trump. Más aun, un alto funcionario de la CIA afirmó que dada la intervención rusa en el proceso electoral, las elecciones deberían ser anuladas y realizadas de vuelta. La progresía norteamericana, desde MoveOn.org hasta una cantidad de profesores universitarios insisten en que la elección no es válida. La candidata del Partido Verde, Jill Green, ha recibido millones de dólares en su campaña para impugnar el voto en varios estados. Todos lanzaron una campaña para presionar al Colegio Electoral que votara en contra de Trump: necesitaban que 37 electores republicanos cambiaran su voto para poder volcar la decisión al Congreso norteamericano; no lo lograron y el 19 de diciembre el Colegio Electoral confirmó a Trump como presidente. Esta movida se ha combinado con la insistencia que Hillary recibió casi tres millones de votos más que Trump.

Todo es notable. Nadie impugnó la elección de George Bush en 2000 aunque Albert Gore sacó más votos, y hubo numerosos datos del fraude cometido en Florida; lo mismo que en 2004 en Ohio. Más aun es la primera vez que los «progres» norteamericanos coinciden con la CIA. Ni hablar que casi nadie señala que las revelaciones de los e-mails Demócratas revelan sus propios «juegos sucios». Tampoco que Arabia Saudita (y muchos otros) jugaron a favor de Hillary con cuantiosas sumas de dinero. O que ni Obama ni la CIA han revelado un solo dato firme que compruebe que los rusos fueron los que hackearon a los Demócratas. Más aun, los principales especialistas en estos temas exoneran a los rusos. Y el exembajador británico, Craig Murray, declaró que los emails provenían de un funcionario demócrata descontento con la campaña de Hillary.

¿Qué está pasando? Por un lado, es evidente que existe «una grieta» cultural y política, absolutamente clasista. Ha tomado treinta años para que los efectos del neoliberalismo reaganiano salieran a la luz. Una sociedad con 30% de la población a nivel de pobreza, con otro 30% que oscila al borde, y con 1% que no hace más que enriquecerse es una sociedad fracturada, donde la amplia mayoría no sólo no tiene futuro sino que, además, tiene altos niveles de desesperación y furia. De hecho esa mayoría no cree lo que transmite la prensa, rechaza a los políticos de Washington, y está convencida (con algo de razón) que le han robado «el sueño americano». Trump representa a estos sectores no por rico o populista, sino porque el 1% no lo quiere y porque el 30% que aun se encuentra relativamente bien se horroriza con él.

Pero hay mucho más. Hay una fractura en los sectores dominantes norteamericanos. Por un lado se encuentra el sector hegemónico centrado en el complejo militar-industrial, las empresas petroleras y mineras, las finanzas, y las que se dedican a la exportación e importación. Por otro están los que se pueden denominar muy genéricamente (y quizás en forma un poco laxa) «los mercadointernistas», incluyendo a grupos de alimentación, bienes raíces, el agribusiness nacional, y las metalúrgicas afectadas por la importación de acero. En la década de 1990, todos estos sectores se mantenían unidos en torno a los beneficios que derivaban de la «burbuja» financiera y de bienes raíces. Su visión de futuro se veía articulada por Zbignew Brzezinski en su libro de 1997: The Grand Chessboard: American Primacy and Its Geostrategic Imperatives.2 Allí se planteaba que «el ejercicio del poder en la masa continental euroasiática, en la que se concentra la mayor parte de la población, de los recursos naturales y de la actividad económica del planeta. Con una extensión que abarca desde Portugal al Estrecho de Bering, desde Laponia a Malasia, Eurasia es el gran tablero; en el que los Estados Unidos deberán ratificar y defender su supremacía en los próximos anos, enfrentándose a la tarea de gestionar los conflictos y las relaciones en Europa, Asia y Oriente Medio; evitando el surgimiento de una superpotencia rival que amenace sus intereses y su bienestar.»

Durante casi dos décadas la política exterior norteamericana se guió por estos conceptos. Sin embargo, ahora Brzezinski plantea que esa política ha fracasado.3 Los síntomas de este fracaso son el surgimiento de Rusia y de China como potencias mundiales, la debilidad de Europa, y el «violento despertar de los musulmanes postcoloniales». Un aspecto interesante es que plantea la reacción militante del Islam como producto de las políticas occidentales y no como una simple «irracionalidad religiosa». ¿Y por qué ha fracasado esta política? Según Brzezinski el fracaso se debe a la política exterior irresponsable del gobierno de Obama (o sea, de Hillary Clinton, su secretaria de Estado). En particular el derrocamiento de los gobiernos de Libia y de Ucrania ha acelerado la velocidad con la que han surgido coaliciones «anti norteamericanas». El resultado es que hay que cambiar de estrategia, reduciendo los conflictos, y apuntando a dividir a los enemigos. Así hay que evitar confrontar con los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y el mundo musulmán todos al mismo tiempo.

En este sentido Donald Trump, y los sectores que lo apoyan, está más en consonancia con la nueva política de Brzezinski que Hillary Clinton y los Demócratas. Su planteo de convivencia y entendimiento con Rusia, mientras enfatiza la confrontación con China es acorde con los intereses mercadointernistas que se ven invadidos por la producción asiática. Asimismo, el reducir sus compromisos en el mundo musulmán permitiría bajar el presupuesto militar que ya tiene efectos económicos nocivos y que, además, afecta el bolsillo (y la vida) de los sectores más humildes. Por último, se trata de presionar a China, no de ir a la guerra.

Estos planteos se enfrentan tanto a nociones culturales, como a concepciones estratégicas, e intereses globales de los sectores que representó Hillary Clinton. El belicismo beneficia al complejo militar industrial, que a su vez alimenta confrontaciones imperialistas. También, el anticomunismo de la primera Guerra Fría siempre tuvo un componente racista por el cual «el belicismo expansionista se debe a un gen eslavo». Este concepto, formulado por su principal proponente el diputado Demócrata Larry MacDonald a fines de la década de 1970, se convirtió en moneda corriente en amplios sectores políticos y militares norteamericanos. Ambos conceptos (belicismo y racismo) subyacen el deseo de controlar las mayores reservas de recursos naturales del mundo que se encuentran en Rusia y las ex repúblicas soviéticas.

Brzezinski, en su Grand Chessboard, coincidía con este objetivo. Y la idea era promover gobiernos afines en toda la zona, mientras se debilitaba a Rusia como posible contrincante. El problema es que Putin y su grupo han logrado recomponer el poderío ruso y, al mismo tiempo con la guerra de Georgia y la guerra civil ucraniana, han puesto en duda la posibilidad de que el objetivo sea realizado sin recurrir a una guerra abierta. Hillary Clinton y gran parte del establishment de relaciones exteriores norteamericanos comparten aspectos del diagnóstico. Donde difieren es en la estrategia a llevar a cabo. Si Brzezinski (y Trump) quieren dividir a los enemigos y bajar el nivel de enfrentamiento, los clintonianos quieren elevarlo aun a riesgo de desatar una guerra con Rusia. Como señaló Stephen Cohen, profesor de la Princeton University, «se trata de impedir la detente con Rusia» a toda costa.

Así no sólo son diferentes, y enfrentados, los intereses de los grupos de poder, sino que las estrategias a desarrollar no permiten compromisos de ningún tipo entre ambos. Para los belicistas la elección de Trump es un verdadero desastre que debe ser resuelto a la brevedad. Lo ideal es que pueda ser presionado para llevar a cabo una política que sea la continuidad de la de Hillary en la Secretaría de Estado. Pero el problema es que Trump es impredecible y que los sectores que lo apoyan se han demostrado como bastante más duchos en las luchas palaciegas de lo esperado. Al mismo tiempo, y pesar de la intensísima campaña que lo presenta como el nuevo Candidato de Manchuria4 y títere de Putin, Trump retiene un importante apoyo popular.

¿Qué va a pasar? En realidad no lo sabemos. Trump asume la presidencia de Estados Unidos el 20 de enero; o sea, hay un mes aun para que el juego de presiones, agresiones y cuestionamientos se desarrolle. Una posibilidad es que renuncie y deje su lugar a su vicepresidente Mike Pence, que es considerado como más «permeable». Otra es que Trump asuma la presidencia pero condicionado hasta imposibilitar el desarrollo de una política propia. La tercera es que el enfrentamiento entre sectores dominantes norteamericanos continúe sin solución inmediata. De cualquier modo la crisis política y de legitimidad en Estados Unidos no parece más que tener la opción de profundizarse.

Notas

1 Edward Luttwak. Coup d’État: A Practical Handbook. London 1968; Revised Edition: Cambridge, MA, 1979; London, 1979; Sydney, 1979. , ISBN 0-674-17547-6

2 Hay edición en español: Zbigniew Brzezinski. El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Barcelona: Grupo Planeta (GBS), 1998.

4 Referencia a la novela de 1962 de Richard Condon donde Corea del Norte y China le han lavado el cerebro a un candidato a vicepresidente de Estados Unidos para así hacerse con el poder.

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4 thoughts on “Trump y el golpe de estado”

  1. Y sin embargo, es un hecho q Hilary saco casi 3 millones de votos mas. Y tb es un hecho q jamas hubo un presidente q saliera segundo x tan amplio margen. Es bastante claro para mi a quienes representan los Clinton, en linea con lo q decis vos. Pero no es nada claro a quien representa Trump. Una cosa es q su discurso haya arrastrado a los sectores sociales castigados x la evolucion economica desde Reagan a nuestros dias. Otra cosa muy distinta es q Trump en verdad sea eso. Y q los Clinton y sus socios sean una mierda, no lo vuelve mejor a Trump.

  2. Como siempre Celina plantea cosas interesantes. Creo que hay que aclarar varias cuestiones que están siendo ocultadas por la prensa cotidiana. Y eso aclarando que Trump es indudablemente un horror. Y Hillary también. Primero los tres millones de votos de diferencia. Es discutible cuán reales son. Los mails hackeados del Partido Demócrata demuestran que el fraude electoral está a la orden del día en Estados Unidos. Aun así, y aceptando que son reales, han sido muchos los presidentes electos en Estados Unidos, desde 1832 en adelante, que ganó el perdedor en el voto popular. Kennedy fue un buen ejemplo, como lo fue Bush en 2000 y en 2004. Más allá de eso, la realidad es que no sólo “los deplorables” votaron a Trump. Solo entre afronorteamericanos, que tienden a votar Demócrata, tuvo Hillary una amplia mayoría. Trump recibió votos latinos, de mujeres blancas, de sectores medios y altos fuera de las grandes ciudades, y de un porcentaje importante de votantes de Sanders. En general votaron en contra de un gobierno que había empeorado su vida, además de ser mentiroso, y no a favor de Trump. De hecho Trump no recibió más votos de obreros blancos que Reagan o que Bush, y el problema de los Demócratas es que mucha gente optó por no votar. En ese sentido, estados como Israel y Arabia Saudita siempre inciden en el proceso electoral norteamericano. Por eso la acusación contra Rusia es por lo menos hipócrita, amén de que sea probablemente falsa. Segundo, el problema es que los clintonianos (por no decir los Demócratas) están embarcados en una carrera de confrontación mundial que puede muy bien terminar en una guerra con Rusia y/o con China. La política de Obama (y de Hillary) ha fraccionado a la clase dominante, con el sector más poderoso claramente alineado tras una política belicista. El punto de Brzezinski, que de progre no tiene nada, es que esta política responde un fracaso y por ende es peligrosísima. Tercero, más allá de que Trump no sea bueno para Estados Unidos, está muy claro que Hillary era un horror para el resto del mundo. De ahí que el triunfo de Trump le genera problemas a esa política belicista. El último punto es que los sectores de poder alineados tras Hillary parecen estar embarcados en una desestabilización de Trump, y no aceptan sus propias reglas del juego, así como si las aceptaron en el 2000 porque Bush era su candidato. Todo eso desnuda la falsa democracia norteamericana, y conlleva peligros insospechados hacia el futuro. Suponiendo que Trump sea derrocado (o condicionado) ¿los trumpistas van a quedarse de brazos cruzados? En síntesis, Trump es malo, Hillary también. Y el progresismo, una vez más, ha llevado adelante políticas neoliberales con un discurso de cambio, generando resentimiento en la población y un inmenso espacio que la ultraderecha está aprovechando. ¿Qué hacer? Construir una alternativa, aunque eso tome tiempo y haya que aguantar a horrorosos como Trump o HIllary en el medio. ¿Lograr que Trump no asuma es bueno? Solo si suponemos que viene alguien mejor y que el sistema político no queda malherido irremediablemente.

  3. Si del Racionalismo moderno (es decir de lo radical) pasaron al Dogmatismo Religioso (moderado) el paso siguiente ¿cuál sería? El “imaginario religioso” ¿es dejado de lado al no obtener el poblador lo necesario para su bienestar?
    Como Ud. expresa la votación tuvo ciertos matices pero ¿no es prematuro hablar de que no asuma? Dejando de lado el aspecto religioso (algo difícil) como entiende C. Hill el protestantismo fue adoptado por la sociedad inglesa debido a la crisis social, entonces ¿es Trump el mesías? ¿representa la posibilidad de cambio? ¿abre esperanzas? La cuestión sería porqué, ya que el tema religioso no aparece.

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