Memoria histórica a 40 años de la última dictadura

El terrorismo estatal fue el salvataje del capitalismo[1]

por Abel Bohoslavsky

  *La intervención de las Fuerzas Armadas en la política es consustancial con la historia argentina desde las guerras civiles del siglo XIX y el proceso de Organización Nacional que dio origen al Estado. Con esto queremos adelantar dos conceptos: 1) que estas FFAA no tienen su origen en los ejércitos y guerrillas independentistas que tuvieron sus primeros escarceos en la Resistencia a las invasiones inglesas y culminaron con el fin de las guerras de la Independencia a mediados de la década de 1820; 2) que las FFAA fueron protagonistas del desarrollo de las clases capitalistas en la economía,  la política, la cultura y en la construcción de las historias oficiales. Dos ejemplos son elocuentes al respecto: la “conquista del desierto” – el exterminio de los pueblos aborígenes, primer gran genocidio de Nuestra Historia – fue la base para el desarrollo del capitalismo agrario y la formación de la clase terrateniente a partir de un hecho bélico en el siglo XIX. El nacimiento del principal movimiento político del siglo XX – el peronismo – a partir de un golpe militar y la inserción de esas FFAA con un movimiento de masas de base obrera y con un caudillo militar convertido en su jefe político. Tras medio siglo de predominio del anarquismo, el socialismo y el comunismo – originalmente antimilitaristas, ya que en sus raíces eran genuinamente proletarios – el peronismo logró crear un imaginario en el ideal de “la unión del pueblo con las Fuerzas Armadas”.

*La democratización que el peronismo realizó en las relaciones económico-laborales resultó intolerable para el capitalismo y eso generó las causas del golpe militar de 1955, en que esas mismas FFAA retornaron a políticas de guerra para recomponer el orden del sistema. Desde bombardeos a ciudad abierta con aviones con la insignia “Cristo Vence”, hasta la militarización de fábricas y servicios (frigoríficos, ferrocarriles, bancos) fueron políticas bélicas complementadas con las clásicas represiones policiales. El entrelazamiento de cúpulas empresariales y mandos militares reprodujo en ese período lo ocurrido el siglo anterior con los Mitre, los Roca y la naciente clase terrateniente. Desde el TIAR de 1947, la alianza subordinada de las FFAA con la potencia imperialista norteamericana (desplazando a la declinante Gran Bretaña), consolidó el alineamiento de Argentina al “occidente cristiano”.

*No se puede entender el golpe de 1976 sin aquel del ’55 y sin el de 1966. Con el onganiato, los gerentes de la Unión Industrial y la Sociedad Rural pretendieron terminar con la inestabilidad política derivada de la proscripción del peronismo, las crisis económicas resultantes de los ciclos de expansión/recesión y de los embates reivindicativos de la clase obrera sindicalmente organizada. Si el golpe del ‘55 forzó el ingreso del FMI al dominio económico, el del ‘66 fue parte de la estrategia contrainsurgente continental puesta en marcha por EE. UU. tras el rápido fracaso de la Alianza para el Progreso, como estrategia para enfrentar los auges de masas insurgentes estimulados por el ejemplo de la Revolución Cubana a partir de 1959. No olvidar: la jura de Onganía fue acompañada por los máximos directivos de las 62 Organizaciones gremiales peronistas (Vandor y Alonso) y bendecida por el jefe de la Iglesia Católica, el cardenal Caggiano. El exiliado general Perón ordenó a su amplia base popular: “Desensillar hasta que aclare”.

*Como ironía y cachetazo histórico, el 29 de mayo de 1969[2], la clase obrera irrumpió con fuerza inusitada con una huelga antidictatorial que se convirtió en una sublevación de masas (no una insurrección, más allá de su similitud, porque no tenía planteado la toma del poder). El cordobazo abrió un período histórico que hizo florecer dos fenómenos incubados en 14 años de resistencia: el sindicalismo clasista y la insurgencia armada. Rosariazos, cipolettazos, choconazos, tucumanazos, mendozazos, expandidos por toda la geografía y nacientes fuerzas irregulares, pusieron en jaque doble a la dictadura, la cual, de sus prácticas incipientes de terrorismo estatal (fusilamientos, desapariciones, ilegalización de partidos y sindicatos), tuvo que retroceder. El peligro era la incipiente fusión del ideario socialista en los movimientos de masas. El caudillo militar general Lanusse (ícono del gorilismo de la gran burguesía) tuvo que recurrir al Gran Acuerdo con su archienemigo Perón para pactar una salida electoral. Acuerdo y trampa. Perón supo apoyarse en el auge y con su prestigio, sorteó las trampas y el peronismo proscripto 17 años retornó al gobierno. “¡Se van, se van/y nunca volverán!” se entusiasmaban las movilizaciones del 25 de mayo de 1973. En menos de un mes, la ilusión popular se encontraría con un nuevo baño de sangre en plena democracia restaurada: el 20 de junio, la masacre de Ezeiza pondría la política armada esta vez en lo que sería el gobierno popular. Debutaron allí sus fuerzas parapoliciales/paramilitares. Nada mejor para caracterizar todo ese período, que el propio Perón al día siguiente de la masacre:

 “Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba (…) Por eso deseo advertir a los que se tratan de infiltrar en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal…Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una postguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente no por eso ha dejado de existir”.

Por las condiciones en que le tocó reasumir la conducción de su movimiento y del Estado, el veterano general no dudó en decidir que la “postguerra civil” requería una estrategia y una metodología de guerra civil.

*El fracaso del Pacto Social con el que las cúpulas empresarias y los caciques sindicales intentaron contener las luchas sociales y la muerte prematura del presidente Perón, precipitaron una crisis que dio los síntomas de la antesala de una situación revolucionaria. En pleno régimen constitucional, derrocamientos de gobiernos provinciales, operativos militares en gran escala (“Independencia” en Tucumán, “Serpiente roja” en Villa Constitución), asesinatos selectivos y en masa y miles de presos políticos, mostraron el componente bélico desde el Estado para enfrentar la crisis. Las jornadas de junio/julio 75 fueron las movilizaciones de masas más grandes de Nuestra Historia. Las Coordinadoras Interfabriles nacidas en fábricas y sindicatos al margen y en contra de las burocracias, enfrentaron el plan ultraliberal de un gobierno nacido como democrático y popular, que en menos de dos años se convirtió en un régimen fascistoide. Y su “oposición” en boca del jefe de la UCR Ricardo Balbín, estigmatizaba a las próximas víctimas como “la guerrilla industrial”. Esa crisis no tuvo un desenlace revolucionario. Las FFAA se enfilaron a sustituir un gobierno que se derrumbaba por la incapacidad de los partidos tradicionales de enfrentar al movimiento obrero en rebeldía y a las fuerzas insurgentes cuya militancia influía decisivamente dentro de las Coordinadoras. El general Videla, ungido jefe del Ejército, anticipó en la Conferencia de Ejércitos Americanos (noviembre 1975) que “tendrán que morir todos los argentinos que sea necesario” y en esa Navidad anunció desde los campos de concentración ya instalados en Tucumán, que se harían cargo del gobierno en tres meses.

*En esos momentos vertiginosos, las FFAA necesitaban que el tiempo y la brutal represión desgastasen al movimiento de masas que empezaba a declinar, entre otras causas, porque las fuerzas revolucionarias no supimos alcanzar la unidad política necesaria para constituir una alternativa de poder. Los militares instruidos por la Escuela de Guerra francesa planearon el exterminio físico y las gerencias de las empresas y las burocracias estatales dispusieron las “listas” de las futuras víctimas. La Iglesia Católica conformó el apoyo “espiritual” para que los jefes y sus fuerzas de tareas pudiesen sostenerse anímicamente en la ejecución del genocidio planificado. Así se llegó al 24 de marzo de 1976 que abrió el período del triunfo de la contrarrevolución armada. “Como los nazis, como en Vietnam”, tituló acertadamente el periodista y militante riojano Alipio Paoeltti para graficar la época.

*Es muy pérfido que un tal Lopérfido – funcionario del gobierno de la Alianza UCR-Frepaso y ahora del gobierno PRO-UCR – pretenda suavizar la magnitud del genocidio cuestionando las cifras de víctimas del terrorismo estatal. Las FFAA argentinas, fieles alumnas de sus instructores yanquis y franceses – y de profesores de la Escuela de Guerra como Mariano Grondona -, aprendieron de las experiencias de las dificultades de las dictaduras vecinas socias en el Plan Cóndor para afrontar los “costos políticos” del genocidio. Los campos de concentración y los “desaparecidos” fueron la impronta argentina de una escalada contrainsurgente continental.

El capitalismo argentino fue así “salvado” de su inminente debacle: la Revolución en ciernes, requería de una contrarrevolución armada. Y reconfiguró sus características económicas cuyas secuelas llegan al día de hoy. La clase obrera perdió conquistas materiales y retrocedió muchos escalones en sus condiciones de vida.

*La inicial impunidad de los criminales del terrorismo de Estado tuvo su origen en los acuerdos que al final de la dictadura sellaron las FFAA con las direcciones de los partidos políticos que se harían cargo en lo sucesivo de los gobiernos constitucionales. Esos acuerdos fueron posibles porque el desplazamiento de la dictadura no fue un derrocamiento revolucionario y porque no se estaba en presencia de un auge de masas. El movimiento obrero había sido descabezado a sangre y fuego. Su resistencia desordenada a partir de los paros de octubre del ‘77, de la huelga de abril del ‘79 y con mayor fuerza, la del 30 de marzo del ‘82, no pudo recomponer una organización como la que había madurado en las Coordinadoras de Gremios en Lucha en el ‘75. Las organizaciones revolucionarias estaban diezmadas sin influencia alguna en los movimientos de masas.

*El enjuiciamiento simultáneo de tres de las Juntas Militares (exceptuando al último dictador) y a los estigmatizados “jefes de la subversión”, fue la expresión de la “teoría de los dos demonios” que hoy se intenta reflotar. Pero los juicios a las Juntas tuvieron una repercusión que traspasó la censura televisiva de los mismos impuesta bajo el gobierno de Alfonsín. El inicio de nuevos juicios a mandos intermedios desató asonadas militares que fueron exitosas al obtener las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. El primer gobierno de la restauración constitucional fue derribado por un “golpe de mercado” porque las FFAA, al quedar al desnudo, perdieron la eficacia que requieren los capitalistas. El terror militar fue sustituido por el terror del telegrama de despido y la hiperinflación. El gobierno de Menem que lo sucedió vino a imponer la continuidad y la escalada del plan ultraliberal aplicado por las FFAA en el gobierno. Y consagró con el indulto a los genocidas condenados en 1990 la promesa del justicialismo en 1983 de amnistiar a los militares.

*Pero la rebelión popular que estalló cuando el presidente De la Rúa impuso el estado de sitio lo puso en fuga en diciembre 2001. Una rebelión democrática contra la institucionalidad democrática. Se abrió un nuevo período durante el cual, entre muchísimas demandas, el mismo Congreso que había sancionado leyes de impunidad se vio forzado a anularlas. Los juicios por crímenes de lesa humanidad fueron una victoria de la consecuencia de las luchas de los organismos humanitarios que ningún partido político del sistema jamás adoptó como programa, pero que el gobierno de Kirchner le dio curso, para recomponer la institucionalidad destrozada. Fue parte de la tarea de reconstruir “un capitalismo en serio”, objetivo que efectivamente alcanzó, ya que como admitiera reiteradamente la presidenta Cristina Fernández, en la misma larga década, los propietarios del país “se la llevaron en pala”. Por eso, el revanchismo gorila reinstalado tras el fracaso del progrepopulismo con la alianza Cambiemos (cambio marcha atrás) busca las formas pérfidas de revertir y/o detener las muchísimas causas judiciales pendientes.

  *Esta lucha política está planteada. Dejemos en claro una cosa. La verdad histórica no es una “verdad judicial” surgida de los estrados de un Poder del propio Estado cuestionado. Pero esto no significa rechazar los planteos de continuidad de juicio y castigo a los genocidas. Respaldarlos activamente es muy importante, porque toda acción que ponga de relieve a la luz los hechos criminales y desnude una y otra vez la impunidad que aún gozan los genocidas civiles y militares debe ser alentada.

Pero una vez más insistimos que no debe confundirse la verdad histórica con el esclarecimiento judicial. Sobran testimonios y documentos que prueban la participación directa de militares, policías y empresarios en detenciones, secuestros, torturas, violaciones, desapariciones y asesinatos. Si la burguesía durante cuatro décadas intentó la protección de los represores directos (personal de las FFAA y de Seguridad), sus mandantes (los ejecutivos de las empresas de larga lista), los que dieron cobertura “espiritual” (Iglesia Católica) y los que fueron sus cronistas de guerra (dueños de muchos medios de comunicación) y hoy intenta revertir esa conquista histórica, es un imperativo moral y político dar esa batalla en todos los terrenos.

Reconstruir la memoria histórica en el presente es algo más que una intensa labor de historiadores consustanciados con las luchas históricas de emancipación nacional y social, es parte de la lucha ideológica en la construcción de un futuro sin impunidad ni opresión. Es nuestro compromiso a 40 años del terrorismo de Estado.

[1] Publicado en Voces a 40 años, de la Organización Política Hombre Nuevo, Buenos Aires, marzo 2016

[2] Para un análisis más pormenorizado de este período histórico, ver Abel Bohoslavsky, Biografías y relatos Insurgentes, Edición CESS-SITOSPLAD, 2011 y Los Cheguevaristas, la Estrella Roja del cordobazo a la Revolución Sandinista, ImagoMundi, 2016

 

 

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