El violento modo de la derecha

por Juan Pablo Csipka

Hace diez años, Ceferino Reato publicó un libro sobre el terrorismo de Estado basándose en una fuente de primerísima mano: el general Videla.

Hoy vomita sobre Rodolfo Walsh desde las páginas de La Nación, promocionado un libro sobre la bomba en el comedor de la Policía Federal, que vende como el mayor atentado de la historia argentina hasta la AMIA (salteándose el bombardeo de Plaza de Mayo), y como el más grave ataque contra una institución policial en el mundo (obviando los más de 150 muertos de la explosión en el edificio del FBI en Oklahoma).

«Rodolfo Walsh, 45 años después: la verdadera historia de la muerte de la persona clave del aparato de Inteligencia de Montoneros», se titula la nota, que reproduce pasajes de su nuevo producto editorial. A eso reduce Reato a uno de los mayores autores argentinos del siglo XX: a un miembro de Montoneros. Nada más. No hay historia ni trayectorias previas, y se lo execra por sus decisiones políticas.

Walsh tiene una estación de subte con su nombre, en la esquina de San Juan y Entre Ríos. Ayer, la juventud partidaria de Milei vandalizó esa estación. Sí, lo hicieron un 24 de marzo, mientras se repudiaba de manera masiva un golpe genocida. El libro de Reato y la instalación de la eventual responsabilidad de Walsh en el atentado a la Federal azuzaron a estos energúmenos. El asunto, nada menor, es que Walsh no pudo dar cuentas de probables responsabilidades ante un fiscal y un juez ni contó con el derecho a la defensa por medio de un abogado, porque se lo devoró una represión clandestina. Rige la presunción de inocencia. No se puede defender de esa acusación, aunque para siempre quedará la Carta Abierta, que no le pueden refutar. Su sola pertenencia al aparato montonero no es causal de ninguna culpabilidad, pero eso no entra en la cabeza de gente que perpetúa la idea del «en algo andaría» para justificar la ausencia de debido proceso y la infalibilidad de las Fuerzas Armadas en una cuestión deliberativa que no hace a su naturaleza.

El montonero Walsh fue un espléndido traductor. A él se debe la primera antología de cuentos policiales argentinos. Y también la descomunal «Antología del cuento extraño». Escribió varios relatos policiales extraordinarios (mi favorito, uno que se cita poco: «La sombra de un pájaro») antes de saber que había un fusilado que vivía. Nada de eso entra en la consideración de Reato, quien probablemente no goce de la persistencia literaria que acompaña a Walsh.

En 1956, Reato hubiera hecho un libro sobre el alzamiento de Valle en base a las voces de Aramburu, Rojas y Fernández Moreno. El tiroteo de La Real lo habría reconstruido en la voz de Vandor. Tal vez hubiera contrapuesto las voces de Quaranta y el Capitán Gandhi cuando el caso Satanowsky. Es lo que se puede deducir de alguien que prende un grabador y deja hablar al responsable de la tragedia argentina por antonomasia.En algún punto, el Walsh que sale del ajedrez para internarse en el basural de Suárez se parece al periodista de «Sostiene Pereira». En la novela de Antonio Tabucchi, vegeta como responsable de la página de Cultura de un diario de Lisboa, en los primeros años de la dictadura de Salazar y su mundo cambia ante lo que es la Guerra Civil en España y su relación con un joven colaborador del diario. Llega un momento en que hay que elegir ante un Estado criminal. Y Pereira elige, como eligió Walsh, y en esa elección juega su nombre y algo más, como el tipo que puso su firma y número de cédula al pie de su último texto.

Antonio Tabucchi murió hace hoy diez años y también hay que recordarlo a él y al periodista Pereira, un modelo de dignidad desde la ficción, como Walsh en la realidad. A Pereira le cabría eso de «dar testimonio en momentos difíciles». Walsh también sostiene. Y cómo. Todo lo contrario de propagandistas de derecha.

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