Momentos inolvidables

por Manuel Justo Gaggero*

Esa mañana, en el campamento, se notaba gran agitación. Antoñito, el cocinero cubano, combatiente de la Sierra Maestra, que nos acompañaba en ese lugar, en las afueras de la ciudad de La Habana, nos había adelantado que durante el día vendría a hablar con nosotros Fidel Castro.

Llegué, junto con más de ochenta compatriotas, a Cuba en los primeros meses de aquel año 1962; a solo tres años del triunfo de la Revolución y a sólo un año de que se declarara socialista.

Habíamos sido convocados por Alicia Eguren, John William Cooke y Ernesto Che Guevara para conformar un Frente de Liberación que iniciara la lucha armada en la Argentina.

Al principio el clima era de gran confraternidad, entre los que proveníamos de diferentes corrientes políticas; pero que teníamos un objetivo que aparecía como común: lograr la liberación de nuestra Patria.

Lo conformaban peronistas, socialistas, militantes de Palabra Obrera, integrantes de un incipiente ELN y marxistas independientes.

Luego del entrenamiento en las Sierras del Escambray, que estuvo bajo la dirección del capitán Tamayo Martinez –Papi–, empezaron a surgir diferencias.

El grupo de exmilitantes de la Resistencia Peronista –algo más de 25 compañeros– plantearon que no reconocían la dirección de John y del Che y que querían consultar con el General Perón –exiliado en Madrid–.

Otro sector tenía serias diferencias con la táctica planteada por el Che y el rol de la lucha guerrillera rural.

Estos conflictos se agudizaban por el momento que se vivía ya que las radios cubanas y de Miami hablaban de un inminente invasión de tropas norteamericanas y los que conformaban el grupo que podríamos llamar «peronismo oficial» no estaban dispuesto a combatir, junto a los cubanos, por una patria socialista.

Era evidente que el proyecto había naufragado y la decisión que adoptamos los que reconocíamos la conducción de John y del Che fue la de fortalecer la relación con los sectores con los que teníamos acuerdos.

Como dice la canción «Y en eso llegó Fidel y mandó a parar».

Era el mediodía, de un cálido día de agosto, cuando apareció, precedido por un jeep de la custodia, aquel imponente líder de la Revolución que estaba transformando la historia de nuestro Continente y del Tercer Mundo.

Comenzó con una larga exposición describiendo las dificultades que enfrentaban quienes pretendían ser libres a sólo 90 millas del Imperio, los daños que les ocasionaba el bloqueo económico, y los difíciles acuerdos con la URSS; sin perjuicio de reconocen el importante respaldo del campo socialista.

Como si conociera nuestras diferencias analizó las mismas y lamentó que primara la división.

Finalmente dijo: «Compañeros, nosotros tenemos la firme decisión de apoyar al Che en su intención de ir a combatir a su país a pesar de que eso nos priva de uno de los mejores dirigentes de nuestro país, que ha conducido el Banco Nacional y el Ministerio de Industria con gran acierto. Pensamos que en las condiciones que se dan en este grupo no es posible que, por ahora, forme parte de este proyecto, por lo cual les daremos a ustedes toda la instrucción militar comprometida y los recursos necesarios para regresar a su Patria».

«Cómo utilicen estos conocimientos no nos importa», terminó diciendo.

Lo acompañaba Ulises Estrada, responsable del Departamento América, quien precisó como continuaría el entrenamiento y a la vez informó que Guido Agnellini, Miranda, un compañero de Rosario y yo abandonaríamos el campamento para realizar un curso de formación política y técnica en La Habana.

Nunca me olvidaré de ese día que conocí a Fidel.

Luego, en las nuevas tareas, tuvimos varios encuentros con el Che en el departamento de Alicia y John en el Hotel Riviera.

Vivimos la llamada «crisis de los cohetes», en octubre de ese año, y en esa oportunidad estuvimos con el «Comandante» cuando estábamos en una unidad militar en la playa movilizados esperando, como millones de cubanos, la inminente invasión de los Estados Unidos.

Compartimos la indignación de Fidel y de su pueblo cuando el premier ruso, Nikita Kruschev, ordenó el retiro de los cohetes soviéticos; sin consultar con el gobierno de la «Isla de la Libertad».

Y luego el cambio de la consigna en los actos por una que mencionaba al líder de la Revolución China Mao Tsé Tung; enfrentado con Moscú.

Ese «gallego» –como cariñosamente lo llamaban algunos de sus compañeros más cercanos–, firme y coherente, era a su vez muy carismático.

Recuerdo que Alicia y John habían invitado a que visitara Cuba a José María Rosa, un historiador revisionista, amigo de ambos que, por supuesto, estaba muy lejos de adherir al socialismo marxista.

Este llegó con todas las prevenciones y el mismo día que descendió del avión, apareció Fidel y le dijo que desde ese momento era su invitado y comenzaron a recorrer la Isla en un vehículo conducido por este.

Durante más de una semana observó todo lo que se había logrado en ese país en esos pocos años en materia de educación, salud, participación popular, reforma agraria; pese a la agresión de Washington y de la Agencia Central de Inteligencia –CIA– estadounidense.

Regresaron para participar en el acto del 1° de enero de 1963 –cuarto aniversario de la Revolución– y José María fue invitado al palco oficial desde el que Fidel dirigió una alocución memorable, de varias horas, en la que pasó revista de los últimos acontecimientos nacionales e internacionales y no ahorró críticas al Kremlin.

Las mismas eran escuchadas, en un profundo silencio, por los millones de cubanos que poblaban la plaza histórica y en el palco de los invitados especiales por el Ministro de Relaciones de la Unión Soviética, Anastas Mikoyan.

Como era tradición, al terminar su discurso con el «Patria o Muerte, venceremos», se lanzaron cientos de palomas blancas y una de ellas se posó en el hombro del Comandante.

Este se volvió hacia nuestro compatriota y le dijo «ves que conmigo está también el Espíritu Santo».

Este era el Fidel que acaba de morir a los 90 años.

Formó parte de un contingente que desató un «Huracán sobre el Azúcar», como escribiera Jean Paul Sartre.

A lo largo de toda su vida generó todo tipo de críticas y de apoyos y, para nuestra generación, fue más allá de sus aciertos o errores, fundamental en el compromiso que nos llevó a recorrer el camino de la «búsqueda de las utopías revolucionarias»; en el que seguimos transitando.

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*Abogado, exdirector del Diario «El Mundo» y de las revistas «Nuevo Hombre» y «Diciembre 20».

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1 thought on “Momentos inolvidables”

  1. La exposición que pronunció ante las diferencias del grupo y sus conclusiones habla claramente del espíritu revolucionario impregnado de solidaridad. Un líder muy difícil de repetirse en la historia 9

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