Bandera de Afganistán con sangre encima y la bandera del Emirato Islámico superpuesta.

El caos en Afganistán

por José María Rodríguez Arias

Hace casi 20 años se inició la llamada «Guerra contra el terror», emprendida por Estados Unidos con el apoyo de la OTAN, iniciada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y una de las resoluciones más vergonzosas del Consejo de Seguridad de la ONU (una carta blanca para que EE. UU. hiciera y deshiciera en Afganistán que se la tomó como barra libre para todo oriente próximo), terminó con la rápida ocupación del país asiático dentro de la llamada «Operación Libertad Duradera». En todo este tiempo, la guerra, con más o menos intensidad, ha continuado.

A mediados de la década, la fuerza de ocupación pasó a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad mandada por el Consejo de Seguridad (ISAF por sus siglas en inglés), pero, pronto, el mando de dicha fuerza pasaba a la OTAN, donde EE. UU. era, de lejos, la mayor fuerza militar (ocho de cada diez soldados eran de este país).

En el 2014 se dio el traspaso de toda la seguridad a las fuerzas afganas, quedando las de ocupación como «apoyo», ese mismo año, finalizó oficialmente la misión de la ISAF-OTAN, eso no supuso el final de la ocupación, sino que se mantuvo un fuerte contingente estadounidense y tropas variadas de países aliados. En el 2015 ya se intentaban negociaciones con los talibán, un acercamiento primero con EE. UU., China y Pakistán de por medio (en media crisis internacional) y ciertas discrepancias internas entre los talibán si negociar o no, y en qué condiciones con el gobierno afgano.

Afganistán seguía viviendo atentados, resurgimiento talibán y demás problemas propios de un país que no terminaba de ser lo que sus ocupantes querían que fuera. Tampoco los ocupantes estaban demasiado preocupados por la democracia y demás, no podemos obviar que, si bien hubo importantes avances con los derechos de la mujer, seguía siendo un país con un fuerte integrismo, con leyes que permitían la violación dentro del matrimonio o limitaban los derechos de las mujeres una vez casadas (ojo, esto no es raro en la zona, Afganistán tenía y tiene leyes comparables con la de otro insigne aliado estadounidense y europeo: Arabia Saudí).

Los derechos humanos, durante veinte años, siguieron siendo vulnerados por parte de integristas armados, gobierno afgano y fuerzas de ocupación (Wikileaks tiene varias toneladas de documentos sobre esto último). El opio sigue siendo el cultivo más rentable.

Durante veinte años se nos dijo que la idea era «liberar» al pueblo afgano, a que fueran una democracia, pero jamás se avanzó en eso ni, en realidad, es posible hacerlo si todavía se estaba en una guerra, si los territorios iban siendo ocupados por señores de la guerra (sean o no integristas religiosos, eso da un poco igual), si las fuerzas de ocupación se defendían a sí mismas y a los intereses de los países que les enviaban y no a la población afgana.

Los talibán llevan años avanzando y tuvieron el suficiente poder para, en febrero de 2020, firmar un acuerdo de paz en Doha con Estados Unidos, con el presidente Donald Trump. El acuerdo de Doha se firmó entre Zalmay Khalilzad, enviado por Estados Unidos, y Mulá Abdul Ghani Baradar, líder talibán. En septiembre de 2020, el secretario de Estado, Mike Pompeo, se reunió nuevamente con el líder integrista. ¿Qué contenía el acuerdo? La retirada de Estados Unidos de Afganistán, un compromiso por parte de los talibán de respetar la seguridad de Estados Unidos y sus aliados (e impedir que se use Afganistán como base para dichos atentados, contando atar en corto a al-Qaeda) y un compromiso para que los talibán negocien con el gobierno electo de Afganistán. Dentro del pacto, EE. UU. se incluía la liberación de miles de presos integristas en manos de la ocupación, el levantamiento de las sanciones a líderes talibán y los talibán, por su lado, liberarían a unos mil funcionarios del gobierno afgano que, en ese momento, tenían secuestrados.

Biden, que anunció la salida inminente de las tropas estadounidenses (ojo, esto está en el acuerdo, no es algo que se inventara el actual presidente –pero tampoco es algo que quisiera evitar–), fue extremadamente cínico: la guerra se hizo para proteger a Estados Unidos, no para llevar la democracia a Afganistán. Así que reconoció que o escalaban el conflicto o se retiraban como estaba marcado (en teoría, desde mayo de este año tenían que ir saliendo escalonadamente, Biden anunció una salida más bien rápida).

Llevamos veinte años con ese mantra, que la guerra no tenía nada que ver con proteger al pueblo afgano ni temas de libertas; las derechas y demás movimientos que apoyaron la foto de las Azores nos decían que mentíamos, que era una guerra liberadora y democrática. Pues se ve que no, por lo menos no era así en la cabeza de quienes ejecutaron y mantuvieron el conflicto por dos décadas.

Cuando Trump negoció y permitió la firma del acuerdo de Doha, ya se veía y sabía que eso no acabaría bien para el gobierno afgano. En 2017, tras la llega de Trump a la presidencia, se abrió un diálogo a tres bandas (talibán, gobierno afgano y Estados Unidos) que tropezaba constantemente con las mismas piedras. Finalmente, ante la falta de avances, Estados Unidos apartó al gobierno afgano de la mesa de negociaciones, quedando en un pacto bilateral que prácticamente ponía en bandeja Afganistán para los talibán. La prioridad de Estados Unidos era salir del país y garantizar que no habría atentados en suelo estadounidense, el resto le daba igual.

Tras el acuerdo, la avanzada talibán se pronunció, buscando controlar más partes del país para negociar, si eso, un gobierno teocrático. Finalmente, han tomado el país por las armas (con sorprendente facilidad en la capital), echando al gobierno electo del poder.

De facto, ya se ha reconocido el gobierno talibán en Afganistán; por más que las potencias europeas y Estados Unidos clamen con no reconocer «oficialmente» este nuevo gobierno, si solo se negocia y se trata como autoridad actual, se da vía libre a la consolidación del poder del reencarnado Emirato Islámico de Afganistán.

Por otro lado, que los talibán hayan decidido atacar de esta forma mientras que la retirada no se había concluido, no sé si es un error estratégico o una forma de demostrar su propio poder. Podrían, perfectamente, haber esperado un poco y que el país no estuviera en el centro de atención mundial y aún con miles de tropas extranjeras. Por otra parte, está visto que eran tropas que no iban a participar en acciones de combate.

Parte de la ciudadanía afgana está saliendo a las calles para defender a la república islámica, encontrando una fuerte represión por parte del gobierno teocrático de facto, esa será la tónica que veremos: represión, asesinato, crímenes de lesa humanidad; vamos, lo que ya se vivió en Afganistán durante el anterior emirato talibán, gobierno que surgió, nunca olvidemos, por el apoyo de «occidente» a los señores de la guerra e integristas varios para impedir, en su día, la invasión de Afganistán por parte de la URSS.

Poca paz para el pueblo afgano. Poca paz para las mujeres afganas, que sufrirán el doble.

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