¿Nos merecemos esto?

por Pablo Pozzi

Durante gran parte de mi vida un artículo de fe era que nuestros gobernantes eran peor que el pueblo, y que no nos merecíamos lo que Mafalda llamó «los simpáticos inoperantes». Al mismo tiempo, siempre estuve convencido que la sociedad rechazaría los malos gobernantes, dado que los seres humanos actúan según sus intereses, y que las acciones más egoístas llevaban a empeorar la situación de cada uno en particular y de todos en su conjunto. Las huelgas bravas en contra de los regímenes de Uriburu y de Agustín P. Justo, la Resistencia Peronista, el Cordobazo, el Rodrigazo, y las luchas contra la dictadura de 1976, parecían avalar esto. Llegaron Carlos, Néstor, Cristina y Mauricio, y mi convicción entró en crisis.

Para la gran mayoría el problema es siempre que el gobernante tal o cual toma medidas malas. O sea, si me sube la boleta de gas (este mes $7000 que no se cómo vamos a pagar y seguir comiendo), entonces la culpa es de Macri que me está saqueando. De repente, me viene a la mente la imagen de Mauricio en la Casa Rosada diciendo: «llamen a Energía y que cuadrupliquen la factura de gas a Pozzi». Como corresponde, rapidito me fui a la oficina de Ecogas (la benemérita distribuidora) de mi pueblo y me quejé amargamente. El empleado, que no sabía ni explicarme la factura, me dijo con cierto deleite que ellos «medían mi consumo todos los meses» y que por lo tanto me fuera a freír espárragos. Me impactó que un trabajador, mal pago y explotado por la empresa me tratara tan mal. Dejo de lado que hasta el día de hoy jamás he visto a nadie pasar por el frente de casa y revisar el medidor, con lo cual el buen empleado encima me miente. Pero me pareció ilustrativo, junto con la cantidad de mis vecinos que aun hoy apoyan a mi intendente, que está en la cárcel por corrupción… más o menos como el 25% de la gente que insiste que si los Kirchner robaron fue para mejorar la vida del pueblo. Ni hablar de los que repiten hasta el cansancio que «hay que darle a Macri una oportunidad de mejorar el país».

Los miro a todos, mi intendente, Macri, Cristina, Menem y tantos otros y me pregunto por qué siguen en política, y encima concitan apoyo. Y lo veo al empleado de Ecogas y vislumbro una cierta explicación. O sea, la elección de Macri (o la de Cristina o la de Menem) no fue el resultado de un gran fraude realizado por una oscura conspiración de la «masonería judeobolchevique» y anti argentina para «destruir el país». Más bien, son el resultado de que realmente representan una cantidad importante de argentinos. Si ellos son corruptos, incompetentes, inútiles, y no muy inteligentes que digamos (y no confundamos inteligencia con ser un pícaro redomado) lo más probable es que esto sea porque hay muchos de nosotros que también lo somos. A más de uno de mis vecinos le parece bien que «roba, pero hace», y eso a muchos que hacen alarde de su fe y ética cristiana. Pero su moral no incluye «echar a los mercaderes del templo» (Marcos 11:15-18 y Mateo 21:12-17). De hecho, si durante el gobierno de tal o de cual saqué beneficios (hice negocios, cobré un sueldazo sin trabajar, o lo que sea) entonces voy a insistir hasta el hartazgo que ese fue un gran gobernante. Como me dijo un amigo «cuando gobernaba Cristina el pueblo dejó de sufrir y ahora sufre de nuevo»; mientras yo pensaba «a menos que fueras parte del campo o asesor de diputado, que no sufrieron nunca». La realidad es que votamos a estos gobernantes porque lo único que parece importarle a la mayoría es el beneficio propio, aunque hipotequen con eso el futuro de sus hijos; y los seguimos avalando porque nuestra ética y nuestra moral es sólo discursiva, jamás sustantiva. Dicho de otra manera, creo en Dios siempre y cuando no me cueste nada, y encima por ahí hasta llueve sopa.

Ahora, ¿cómo explicar a nuestros gobernantes actuales si hemos tenido grandes políticos que salieron del gobierno tan pobres como entraron? Elpidio González, que fue vicepresidente de Yrigoyen, murió en la pobreza más absoluta; Oscar Alende murió en la misma casa donde vivió toda su vida. «¿Viste?», me dice un amigo, «es que no eran peronistas. El problema es el peronismo». Bueno, lástima que yo conozco a una cantidad importante de políticos peronistas que no fueron corruptos desde Héctor Campora hasta mi abuelo, Serafín Trigueros, que fue intendente de San Francisco de Córdoba cinco veces y murió sin dejar ni un peso partido en dos. El problema no es la adscripción política (y hay corruptos en todos los partidos, incluyendo a los de izquierda), sino la ciudadanía.

He aquí el problema. ¿Por qué en una época la ciudadanía produjo políticos con principios y vocación de servicio y ahora no? ¿Por qué tuvimos presidentes brillantes como Frondizi y grandes pensadores como Sarmiento y ahora no? Queda claro que no todos los viejos fueron buenos. Dice el anecdotario histórico que Lucio V. Mansilla acostumbraba a pegar un cartelito en la casa de Bartolomé Mitre que decía: «Aquí vive el traductor del Dante. Cuídate caminante no sea que te traduzca». Todo porque la traducción hecha por Mitre de La Divina Comedia era pésima. Hombres como Mitre, Roca y Pellegrini fueron notoriamente corruptos e inmorales… pero claro, no dependían del voto popular.

Jean Jacques Rousseau estaba convencido que el ser humano nace inocente, pero la sociedad lo corrompe. Me parece una observación acertada, sobre todo porque la corrupción, la inmoralidad, el egoísmo son cosas que se aprenden, en casa y en la sociedad. Cuando las escuelas, como la de mis hijos, toleran y amparan a los que son racistas y discriminadores porque son parte de la elite pueblerina (y porque los directores no quieren líos), están dando una lección mucho más importante que matemáticas o literatura. Estas enseñando que hay gente que es impune y puede hacer lo que quiere. Y el resto, que ve esto, rápidamente aprende la lección de que hay que cobijarse bajo los que tienen el poder de hacer cualquier cosa, como forma de beneficiarse y también de evitar caer bajo sus garras.

Los diversos gobiernos electos (si bien escasamente democráticos) desde 1983, han sido una continuidad ética y moral con la dictadura. El individualismo y el egoísmo del neoliberalismo capitalista se han enseñoreado del país. ¿Para qué ser culto o estudiar si la forma de progresar es estar conectado con el poder? Podes ser un bruto ignorante y ser diputado, senador o presidente, siempre y cuando estés conectado. Una vez, conversando con mi vieja, hoy de 93 años, le mencioné a Antonio Cafiero. Me preguntó si era el hijo o el nieto del hombre que había traicionado a Perón. Le expliqué que no y que seguía haciendo política, y encima tenía peso en el peronismo. No me lo podía creer. En su sistema de valores, Cafiero además de ser una bestia y un mal tipo, era el hombre que (según ella) «se había incinerado» en 1954 cuando se alineó con el antiperonismo clerical. Su pregunta fue lapidaria: «¿qué ha pasado con este país?»

Lo que pasó es relativamente simple. Todos tenemos, dentro nuestro, la posibilidad de ser buenos o malos. En eso Rousseau tenía razón. Y hay condiciones que favorecen a un polo por encima de otro. La ignorancia, la pobreza abyecta, tienden a favorecer el individualismo y el egoísmo. Lo mismo que la riqueza desmedida: la concentración económica siempre lleva a la concentración política. Y todo se rige por la «ley del gallinero». El empleado de Ecogas estaba feliz, siendo un pobre tipo, de ejercer su poder sobre los usuarios, y así se sentía mejor un rato. ¿Y Ecogas? A esos empresarios les importa poco si el país se va a la quiebra, siempre y cuando puedan demostrarles a sus accionistas (o sea, a otros empresarios) que aumentan las ganancias de la empresa.

Nos merecemos a Macri y a Ecogas. Y sí. Pero no porque los votamos o toleramos, sino porque somos incapaces de tomar acciones colectivas que cambien esta sociedad de manera que fomentemos la «posibilidad de ser buenos». La ética y la moral son cosas que se construyen en los seres humanos desde pequeños. No basta con los discursos pomposos; la construcción es una cuestión de prácticas cotidianas, difíciles, molestas, y de todos los días. Un buen ejemplo es la cantidad de amigos que tengo, K y de izquierda, que parecen estar felices que a Macri le va mal. El problema no es que le va mal a Macri; nos va mal a todos. Y ellos, que son también parte de esa crisis moral, esperan «que se vaya» para poder hacerse cargo de un país quebrado… ¿y también robar igual que los PRO?

Mientras tanto, el país se va al tacho… y aun cuando la crisis del dólar sea superada, seguiremos igual.

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