Carrera por la investidura

Mariano Rajoy no quiso, y ataca a quien quiere

por José María Rodríguez Arias

Primero vamos a situar un poco el tema para quienes no saben cómo va el tema presidencial en España: ante todo, cabe recordar que en la monarquía ibérica rige un sistema parlamentarista, esto significa que es el Parlamento (en el caso español: el Congreso de los Diputados, esto es, la cámara baja de Las Cortes Generales) quien elige al presidente del gobierno (los ciudadanos no votamos por el presidente). El Jefe de Estado es el Rey y éste, entre los que quieran los partidos, presenta el Congreso de los Diputados un candidato a ser «investido» presidente (ni siquiera es necesario que el candidato a presidente sea diputado). Este sujeto necesitará el voto positivo, en primera vuelta, de la mayoría absoluta de la cámara (176 de 350 diputados) y en segunda (48 horas después de la primera votación) basta mayoría simple (que haya más diputados votando «sí» que los que votan «no»; ahí es importante la abstención). También significa que el Congreso de los Diputados puede echar al Presidente del Gobierno (mediante una moción de Censura) y que el Presidente del Gobierno puede convocar elecciones, cerrando las Cortes, cuando le plazca. Como extra, si el Congreso no puede elegir un presidente, se repiten las elecciones.

Un resumen del resultado electoral

Mariano Rajoy, presidente del gobierno saliente (actualmente en funciones) sale de una mayoría absoluta y se encuentra con que su partido, el PP, consiguió apenas 123 diputados (uno de ellos, además, expulsado del partido y otros 3 son de socios -1 de FAC y 2 de UPN-). Por primera vez en la historia reciente de España el primer partido de la cámara baja está por debajo de los 150 escaños. El segundo partido, por su parte, también obtuvo un pésimo resultado (con esta Constitución, el peor resultado de la historia del PSOE; además, primera vez que el segundo está por debajo de los 100 escaños; 90 en concreto, y 1 corresponde a NC).

Esa es la situación de partida: los dos principales partidos están débiles, entre ellos sí suman la mayoría de escaños pero a ninguno le conviene, realmente, ir de la mano del otro. Se han dicho tanto, se han atacado tanto, se han enfrentado tanto… y eso que básicamente comparten las mismas ideas en los temas económicos troncales, diga lo que diga el PSOE al respecto.

Rajoy: ni yo ni nadie

El líder del Partido Popular (PP), Mariano Rajoy, declaró en repetidas ocasiones que su obligación era presentarse a la investidura, era moral (por convicciones propias tanto en lo que se hacía como en el cómo se hizo) como por el mandato popular. Llegó su cita con el Rey de España (que se reúne con todos, desde los partidos más pequeños al más grande del Congreso) y sorprendió a propios y extraños cuando declaró que él no se presentaría. Eso fue hace más de una semana. Así pues, Mariano Rajoy comenzaba esta legislatura como comenzó la anterior: diciendo una cosa y haciendo otra. La excusa para rechazar presentarse fue simple: no contaba con los votos y él no se presentaría para perder.

Es lo que tiene el PP, si no puede ganar, no se presenta. Lo peor de todo se supo inmediatamente: no habían hablado ni con Ciudadanos (el cuarto partido de la cámara, 40 diputados) para ver si les votaban que sí. No lo iban a intentar siquiera y la situación pasaba a estar «parada». Otra vez. Rajoy, ante muchos problemas, reacciona así: se queda quieto. Algunos dicen que es una gran estrategia, otros creemos que aplica algo muy del franquismo: apilar los problemas en dos columnas, los irresolubles y los que el tiempo soluciona, en ambos casos te quedas parado, que el resto haga y deshaga.

Aún así, desde el PP se reclamaba sentido de Estado al resto de partidos, se afirmaba que el partido que ganó en las urnas, por lógica, tenía que gobernar. Pero no hacía nada para garantizar que eso pasara, ni siquiera se atrevían a presentarse en la investidura y que el Congreso de los Diputados, donde reside la representación de la soberanía popular, votara. No, simplemente no se presentaban y ya. Por una laguna constitucional (porque nadie se esperaba que algo así pasara) ni siquiera corren los plazos si nadie se presenta.

Los movimientos del PSOE

El PSOE se encontró con una situación extraña: era cierto que tenían el peor resultado de su historia, pero tal vez podrían gobernar. Tal cual suena. Con muchos pactos, sí, pero gobernar a fin de cuentas. Pedro Sánchez, todo hay que decirlo, apostó desde el primer momento a que el fracaso del PP en la investidura le permitiría sumar muchas abstenciones para que, al final, el PSOE gobernara en solitario y, tal vez, haciendo grande esa «geometría variable» con la que Rodríguez Zapatero anduvo siete años (que significaba pactar con la izquierda temas sociales y con la derecha los económicos, al final solo votaba con la derecha y a la izquierda ni le pedía la hora).

Así que Sánchez se encontró, sin comerlo ni beberlo, con el tener que llevar la iniciativa en un juego que parecía aquel de «el primero que habla pierde». La situación, además, venía extraña: el PSOE consiguió presidir la cámara baja pero sin mayoría en la Mesa (que se la dio la derecha), además permitió (con voto positivo, aunque abstención del presidente) que la Mesa castigara a Podemos, posible principal aliado por la izquierda del PSOE, con las peores ubicaciones del hemiciclo (y como en el mercado inmobiliario, eso sí que importa). Además, a Pedro Sánchez le crecieron los enanos: básicamente le decían con quién pactar y con quién no, haciendo imposible cualquier acercamiento y pareciendo que lo único que le quedaba era abstenerse de sí mismos.

Entre tanto, el resto ya trataban al PSOE como el partido que se presentaría, con todo lo que supone: las exigencias para un lado u otro. Así Iglesias comenzó fuerte, más fuerte que ninguno: ofreció su mano pero a cambio medio reino. No, sin exagerar: una vicepresidencia (la primera, claro) y posiblemente los mejores ministerios (los más importantes para la izquierda), dándole uno de ellos a otro posible aliado: Izquierda Unida (que si bien tuvo una votación decente, solo consiguió dos escaños de forma directa).

Ciudadanos, su virtual mejor amigo por la derecha, decidió jugar fuerte y mantener la apuesta por una gran coalición (PP/PSOE) en que ellos fueran el partido visagra-moderador de las decisiones y la agenda (ya habían tenido una pequeña gran victoria en la elección de la Mesa de la cámara y lo estaban aprovechando). Puso una línea roja demasiado cara para el PSOE: en el gobierno no debía estar Podemos.

Nueva consulta: habemus candidato

El PSOE seguía insistiendo que ellos se presentaría, sí, pero solo después del PP… ¿sería posible? El Rey volvía a reunirse con todos los partidos (todos los que quisieran, otra vez, dos partidos declinaron la invitación con muy buenas razones) en el mismo orden; ¿se presentaría el PP finalmente? Han pasado diez días y por lo visto el PP aún no hablaba en serio con nadie para buscar apoyos. ¿Para qué hacer algo si puedes desgastar al resto estando quieto? En el PP saben que una derrota de Rajoy significaría su fin político, así que él no se mueve y el resto se queda quieto, expectante, para que no se note que tienen ganas del asalto al poder.

Entre tanto, en Valencia el PP se queda sin grupo por un caso de blanqueo de dinero, el enésimo en esa comunidad que tanto la usó Rajoy de ejemplo, tantos honorables siendo investigados por esos «casos puntuales» (si todos menos dos de un grupo están implicados en chanchullos, ¿sigue siendo un caso puntual?) que, en realidad, dificultaban hasta la abstención (del PSOE o Ciudadanos).

El PP avisó, además, que no harían una «solución a la catalana», esto es, cambiar al candidato para permitir el gobierno. Desde el PP se dijo claramente que el candidato era Rajoy y tal… bueno, realmente el candidato no quiso, cuando tuvo la oportunidad, presentarse a la investidura, insistir en que es el candidato es mentir a la ciudadanía. Lo repito: no quiso. No es que le votaran en contra, es que no se pudo votar nada porque no permitió que le presentaran. En otros lados eso hubiese supuesto la dimisión o expulsión.

Así las cosas, ya en las conversaciones con el rey, algunos broméabamos que Iglesias, líder de Podemos y aliados, debía pedir que le presentaran (y a saber si lo dejó caer en la reunión con el jefe del Estado), al menos así haría correr los plazos (forzando a que el resto de partidos se retratara, a apurarse para presentar candidatos al gobierno, esas cosas).

El PSOE no podía dejar pasar la oportunidad: con condicionantes se propuso. Así, por lo visto, le plantearon al rey que si no había otro de su preferencia (clara referencia a Mariano Rajoy), que ellos Pedro Sánchez estaba dispuesto. Y así fue, el rey presentará oficialmente a Pedro Sánchez para presidir un gobierno… ¿de quién?

Lo más sorprendente es la reacción del Partido Popular: no hay forma en que ellos voten o se abstengan (todo eso que dicen del sentido de Estado, la estabilidad y tal, son paparruchas, solo vale si ellos gobiernan) y, lo que es peor, Rajoy «se queja» de que esta vez el rey no se lo propuso. ¿Perdona? Primero: ya te lo propuso y dijiste «no». Segundo: si habías cambiado de opinión, ¿por qué no se lo pediste? Pedro Sánchez lo pidió y tú, Mariano Rajoy, ya lo habías rechazado. No pueden decir que el rey los ha saltado ni les ha negado la oportunidad. No renuncia, dice. Está claro que espera a que Sánchez se la pegue (insisten en que «lo sensato» es un gobierno suyo con el apoyo del PSOE y Ciudadanos; además, aprovechan para insultar a todos los españoles que votaron por opciones como Podemos o ERC).

¿Comienza mal la negociación?

Tiene su aquel que todo esto haya comenzado algo revuelto. Incluso, a sabiendas, ha solicitado –y tendrá– un mes para negociar con el resto de partidos (¿qué demonios ha hecho en los cuarenta días ya pasados?). Como dice Escolar, lo que Sánchez prefiere es un gobierno en solitario y con el apoyo de Ciudadanos y Podemos… que siga soñando. Con 89 escaños no puede pretender un gobierno de esa forma. Además, Ciudadanos no quiere ver a Podemos en el gobierno (ojo: mucha palabra pero luego poca chicha) y Podemos no quiere apoyar a Sánchez si no están en el gobierno… o si está Ciudadanos.

Sánchez comenzó con aquello del gran pacto de izquierdas y derechas que no convence a ninguno de los dos a los que alude (dato: tanto Podemos como Ciudadanos insisten en la superación de esos conceptos, pero solo a ratos, luego acusan a otros de ser «extremaderecha» o «izquierda extrema», según corresponda); Podemos insiste en que el «gobierno del cambio» debe ser «progresista» (me encantaría saber cómo es eso posible con el PSOE de Sánchez de por medio), con lo que descarta posibles pactos con la derecha españolista (Ciudadanos y PP) pero en el fondo no le hace ascos a las otras derechas (como el PNV, cosas de la vida). Ciudadanos quiere que el PP mantenga su papel y que no se repitan las elecciones (creo que la mayor coincidencia entre el PSOE y Ciudadanos es no querer que se repitan los comicios, ambos saldrían mal parados).

¿Qué quiere Ciudadanos? Tal vez algo tan simple como la abstención del PP y el gobierno del PSOE con su voto favorable; luego todo lo que haría ese Congreso de los Diputados sería los planes de gobierno de las derechas (como consiguió para la Mesa), que para algo tienen mayoría en las dos cámaras (en el Senado, además, absoluta).

La otra dificultad está, para el PSOE, en los pactos que pueda llegar con las derechas no españolistas (PNV y Convergencia) o los partidos independentistas (como ERC). Parece que con los catalanes han decidido no pactar nada. Unos y otros porque no les conviene por sus máximos con respecto al tema de la independencia catalana, que es más que una postura de cara a la galería catalana y del resto de España que una postura sobre la investidura.

El quinto partido más votado de España, Unidad Popular-Izquierda Unida, quiere entrar en el juego (en el que se le menciona sin ser preguntado) y ha ofrecido su programa como punto de partida. Son dos diputados, sí, pero casi un millón de votos. Los puntos en común entre el programa de IU y de Podemos son varios (de hecho, fueron en confluencias en un par de sitios, como Galicia y Cataluña) y es difícil negar que algunos de sus puntos deberían ser compartidos por los socialdemócratas del PSOE (si les queda alguno), como la reforma fiscal o la laboral.

¿Conseguirá Sánchez ser presidente? ¿En qué condiciones?

Así que tendremos un mes de idas y venidas, de grandes declaraciones (que no valen de nada), de ofendidos y, con un poco de suerte, de construcción de un programa para un gobierno tripartito o asimilado. El principal tema pendiente es la reforma de todo el Estado, esto es, de la propia Constitución (que el PSOE prometió), al menos, que se abra ese melón (pues necesita ser aprobado por dos tercios de la cámara, con que el PP se oponga, no habrá forma de aprobar nada, ¡pero que al menos se discuta!). En todo caso, es el ejemplo portugués el que debe servir de rumbo al PSOE, no tanto el alemán.

Lo interesante es que el PSOE ha prometido (tras un encuentro interno que luego se filtró casi en su totalidad) que el pacto lo decidirán junto con sus militantes, esto es, que lo preguntarán a las bases. Algo que le viene bien también a partidos como Podemos e IU, puesto que ellos, seguramente, hagan lo propio.

El PSOE, si juega bien sus cartas, aunque no consiga la presidencia podría incluso salir reforzado de todo este periodo, señalando como culpable de que no haya un buen gobierno «progresista» a Podemos, que podrían pagar la novatada de estas alturas políticas. Si le sale mal la jugada (gobierno y proceso, presentándose como culpables) tal vez el camino que terminen siguiendo es el del PASOK griego.

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