He firmado la carta

por Rolando «el negro» Gómez

Por supuesto que he firmado la carta-petitorio distribuida en estos días por las redes sociales pidiendo la renuncia de Marcelo de Inocentis, actual Director Interino del Instituto Técnico de la Universidad Nacional de Tucumán, institución educativa de la que fui parte como estudiante entre los años 1965 y 1972.

Por supuesto que he firmado porque obviamente, y por encima de las consecuencias formales que pueda tener dicha carta (está dirigida al Rector de la universidad, e ignoro dónde fue publicada, y si lo fue), sentí que es mi obligación declarar mi repudio a un Director Interino fascista y ultra reaccionario, defensor de las Fuerzas Armadas de represión.  No había en esto muchas opciones, y he firmado; mi nombre completo y mi DNI.

Sin embargo, yo hubiera querido tener la opción de poder editar la carta y afinar algunas cositas.

Observe el lector el período en el que fui miembro de la comunidad educativa del Instituto Técnico: algunos años antes de la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976.

Caí preso “a disposición del Poder Ejecutivo” bajo pleno gobierno peronista hacia fines del año 1974.  Era yo entonces activista fabril en la textil Grafanor de Famaillá y en la Universidad.  Luego de la prisión vino el exilio, y pude salir de Argentina apenas unos meses antes del 24 de marzo de 1976 por acogerme a la “opción constitucional” del artículo 23 de la Constitución Argentina.  Es probable que pueda afirmar que ese sólo hecho ha salvado mi vida.

No tuvieron la misma suerte Jorgito Agüero, el Chato Gargiulo, Fosforito Gil y Tirso Yáñez, que son los compañeros desaparecidos del Técnico que recuerdo de mi época.

Creo que Fosforito merece un párrafo aparte: Ramoncito Gil no era militante de ninguna organización política.  Era hijo del ingeniero Ramón Gil Padre, una buena persona que en esos años ocupó el mismo cargo -Director Interino del Instituto Técnico- que el fascista que hoy cuestionamos.  El ingeniero Ramón Gil fue puesto en ese cargo por la Intervención Universitaria de entonces, impuesta por la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse.  Obligado por las circunstancias, el trabajo del ingeniero Gil era el de “imponer el orden”, limitando la democracia y el derecho a la organización independiente de los estudiantes.  Sin embargo, por justeza y ética, reconozco que el ingeniero Ramón Gil Padre no era un fascista reaccionario.  Era un profesional de convicciones liberales, y creo que él creía que estaba haciendo un trabajo necesario.  No lo puedo afirmar con certeza pero tampoco embarrar su memoria.  Bastante trágico es de por sí el hecho de que su propio hijo, Fosforito Gil, haya sido posteriormente secuestrado y asesinado sin que haya sido realmente un militante de ninguna organización.  Que en paz ambos descansen.

Sí puedo hablar un poco más en detalle del negrito Agüero, del Chato y de Tirso, a quienes conocí personalmente un poco más, y con quienes compartí ideas y acciones políticas en esos turbulentos años.

Lo primero que voy a decir de ellos es lo siguiente: dudo que ellos hubieran firmado la carta que hoy estoy firmando, sin por lo menos hacer un par de objeciones y/o precisiones.

Me refiero en particular a las frases según las cuales el exabrupto del fascista de Inocentis “causa asombro”, “mancilla la memoria” y “llenan de vergüenza la historia” del Instituto Técnico de la Universidad Nacional de Tucumán.

No sólo no causa asombro que haya un fascista en Tucumán ocupando un cargo público, sino que esta ha sido más o menos la norma desde el retiro “voluntario” de la dictadura en 1982.  A mí por lo menos no me asombra, y estoy seguro de que ni el Chato ni el Negro Agüero estarían asombrados.

Mi impresión general desde los años de exilio es que la dictadura asesina nunca se ha retirado completamente de Tucumán, y no estoy hablando solamente de la sucesión “democrática” del asesino Bussi en los años 90.

El aniquilamiento físico de una generación entera de militantes revolucionarios ha sido continuado con el aniquilamiento intelectual, emocional y social de las ideas revolucionarias de la juventud tucumana de los años 70.

A mi no me “asombra” Marcelo de Inocentis.  Lo tomo como un hecho casi natural del escenario político tucumano.

Por otro lado, mi “memoria” del Instituto Técnico de la UNT tampoco “se mancilla” ni “se avergüenza” por los dichos del fascista 2020.

Si bien guardo con cariño en mi memoria recuerdos de adolescencia y juventud relacionados con camaradería entre estudiantes, excursiones a Las Mesadas, primeras aventuras amorosas con las chicas de la Sarmiento, multitudinarias “chumbeadas” y “velay,velay” junto a imágenes de nombres y personajes que de una u otra manera forjaron mi personalidad de hombre joven, y a la vez reconozco hoy, ya de viejo, el enorme valor académico de la educación recibida en ese familiar predio con fachada sin revoque (escuché y vi fotos que me informaron que hoy está lamentablemente revocado y pintado; en mis memorias positivas esa fachada sigue sin revoque), no me engaño tratando de atribuir a esa institución un valor subjetivo anti fascista ni nada por el estilo.  La educación técnica que he recibido en esa institución me ha armado en la vida.  Me ha permitido enfrentar desafíos laborales en varios países y un par de continentes, y los he superado siendo muy consciente de que lo aprendido lo he aprendido en el Instituto Técnico de la Universidad Nacional de Tucumán.

Pero yo ya en mis años de adolescencia tuve que luchar contra el fascismo y la represión, precisamente dentro de esas mismas paredes sin revoque.

Mencioné arriba que el ingeniero Ramón Gil Padre fue un Director Interino impuesto por la dictadura.  Su misión era la de limitar hasta eliminar un aspecto de la vida del Instituto Técnico que era (ignoro si lo sigue siendo) muy particular: la existencia de un Centro de Estudiantes autónomo -sin intervención alguna de las autoridades- y electo por elecciones libres de todos los estudiantes.

Y claro que había enfrentamiento.  Si bien el ingeniero Gil aparecía, o creíamos que era, un hombre decente, su función y la de su equipo era la de imponer la política de la dictadura.  Estaba rodeado de personal administrativo detestable.  Me viene a la memoria la imagen del “Cuervo Corbalán”, Regente.  Un personaje absolutamente patético y deleznable que hoy trabajaría gustoso con Marcelo de Inocentis.

Otro personaje deleznable en “la memoria” del Instituto Técnico es el ingeniero Darmanín.  Profesor de dibujo técnico y hombre aparentemente muy influyente en la Universidad.  Darmanín tuvo la osadía de organizar, contra viento, marea, y oposición estudiantil, una “exposición” de la misión yanqui Apolo XI en los pasillos alrededor de la Dirección y cancha de básquet.  Imagínense: en años en los que la conciencia anti imperialista era moneda corriente; en años en los que la Revolución Cubana todavía era un faro de referencia continental, viene Darmanín y nos impone rendir culto a los yanquis con afiches y fotos lindas.  Lo único que pudimos hacer es resistirlo con un volante y algunas expresiones verbales.  Años más tarde le llegó a mi padre (también egresado del Técnico) la versión de que fue el mismo Darmanín quien pasaba los nombres de los militantes revolucionarios a las autoridades universitarias y por medio de ellas a la policía.

Fue en esos años, creo yo, o alrededor de esa fecha en la que Tirso Yáñez se paró en una mesa de ping-pong y le refutó al Profesor Aguirre su pedido de “no hacer política” en el Técnico, argumentando que la exposición del Apolo XI “no era política”:

-“¡Profesor, en estos días uno hace política hasta cuando va al baño!”

Yo estoy seguro de que hoy los chicos del Técnico escuchan o han escuchado a algún profesor Aguirre repetir su frase, y Tirso no está para subirse de nuevo a la mesa de ping-pong.  No me “asombraría”.

Yo podría (o tal vez debería) recordar otras anécdotas.  El punto que quiero resaltar es que la comunidad educativa llamada Instituto Técnico de la Universidad Nacional de Tucumán no es una idea; no es una fábula.

No es una institución ajena a las influencias directas e indirectas del Zeitgeist, del espíritu de los tiempos.  De los tiempos políticos y sociales.

Si yo tengo que honrar la memoria, prefiero honrar la memoria de mis compañeros; la memoria de los seres sociales activos que se movían en el entorno de la Institución.

Y en este punto me resulta absolutamente imprescindible decir lo siguiente:

El negrito Agüero, el Chato Gargiulo y el Flaco Tirso fueron militantes revolucionarios por el Socialismo; por el Gobierno Obrero y la destrucción de las relaciones de producción capitalistas.

Esa es mi memoria.

Milwaukee, 27 de marzo del 2020

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