La crisis de Navidad

por Pablo Pozzi

Y llegaron las fiestas de 2018, no más. Y con ellas la crisis. Pero ¿cuál de todas? Hay una que es la socioeconómica. Esta es la que todos hablan, sobre todo mis colegas universitarios. En realidad, ellos hablan como si fueran obreros o trabajadores. Allí bajó un poco el consumo, pero siguen con los I-Phones, los viajes, y el «0 Kilómetros». Otra cosa son los que laburan y viven de un sueldito: obreros, docentes, empleados de comercio. Allí si se siente el impacto de la crisis. Ellos no van a irse de vacaciones a las sierras de Córdoba (donde una casita para cuatro puede salir 16 mil pesitos por día o sea digamos 400 USD) con precios de Club Med; y ni hablar que ya no hay para alquilar nada, mostrando que la crisis es real, pero para los sectores populares.

Otra crisis es la que tiene que ver con neuronas. Los buenos muchachos de Giacobbe y Asociados, una de esas infames encuestadoras, hace ya mucho tiempo que solicitan mi opinión sobre diversos temas en encuestas cuidadosamente construidas para sacar los resultados deseados. Como soy un amargo y chinchudo se las respondo religiosamente a ver si les arruino un poco las cosas. Les diré algo: no funciona, no importa qué digas los resultados son los que ellos quieren. En este caso me pidieron que nombrara los diez individuos más influyentes en Argentina, vivos o muertos, pero reales (o sea, no podía ser Dios). ¿Qué responder? Obvio: el Che, Perón, Evita, Marx, Freud, Sarmiento y algunos otros. ¿Resultados? En primer lugar, Marcelito Tinelli y su «Show Match», luego estaba la cantante Lali Espósito (le tuve que ir a preguntar a mi nena quién era, después la fui a escuchar en la tele; digamos que como cantante no es exactamente Mercedes Sosa), hasta había modelos y un Blogger que ese si ni mi hija sabía quién era. Y ahí me quedó claro que hay un problema serio de neuronas, pero no de la gente que responde sino de los encuestadores y el periodismo… y hasta mías. Para mi influyentes es aquellos cuyas ideas o acciones han marcado a la sociedad a través del tiempo. Para los que respondieron era obvio que influyente es cuántos «likes» sacaron en el Facebook o Twitter o Instagram. Que después no quedara nada de sus canciones o programas televisivos, es irrelevante. Es evidente que yo me quedé en la época pre «social media», y que los encuestadores estaban haciendo preguntas que eran absolutamente irrelevantes, excepto para la tal Lali que ahora puede pedir más plata por canciones cantadas con su voz escasamente melódica.

También hay crisis de moral y decencia. Por un lado, tenemos cuestiones como los que defienden la corrupción con comentarios del tipo «todos roban», o «es algo político». Siempre me pareció una barbaridad que los defensores de Cristina y a sus amigos centraran su defensa no en que «no lo hizo», sino en que la «odian por ayudar al pueblo» (conste que nunca dijeron ni cómo ayudó a nadie, excepto a sí misma y a sus amigos, ni qué cambió en la Argentina neoliberal en sus 12 años de gobierno). Es como que hemos entrado, con toda la furia, en la política posmoderna: la realidad no importa, lo que cuenta es el discurso. Y no solo los kirchneristas son posmodernos, los liberales también. En todos los casos, lo único que parece contar es retener el poder.

Por otro lado, la crisis de moral y decencia tiene que ver con el tema de género. A mí me parece, junto con clase y raza, uno de los temas centrales (conste que lo de raza está más que ausente en una Argentina donde la máxima nacional podría ser «a mí no me gustan ni los racistas, ni los negros»). Ahora género ha irrumpido en la consciencia nacional con una fuerza notable, a partir de la militancia de miles de jovenzuelas y de numerosas revelaciones de hostigamiento, violación y otras expresiones (es notable como las generaciones mayores de mujeres, con excepciones, no han tomado este tema con la misma fuerza que las menores de 30 años). Creo que esto ha sido importantísimo, aun para tipejos como yo que no somos hostigadores (creo) pero que tenemos numerosas formas de machismo: por ejemplo, yo «ayudo» en las tareas del hogar (¿por qué ayudo? En realidad, son mi responsabilidad). Y esa «ayuda» nunca es más del 30% del total. Claro porque «yo laburo». Bueno, ella también. Como me dijeron una vez, los hombres podemos hacer una sola cosa, mientras que «ellas» son multitasking, y hacen de todo al mismo tiempo y bien, y sin reconocimiento. Pero aquí también se revela una crisis. La primera es obvia: gente que parecía ser absolutamente racional, cree que la chica de 16 años, atacada por el actor Juan Darthes, se lo merece por vestirse con ropa ajustada. A ver si queda claro. Aun en la Argentina machista de hace 50 años lo que hizo estaba mal. En el barrio lo hubiéramos cagado a sopapos; no te hacías el piola con menores de edad. ¿Y hoy? Hay una cantidad de idiotas que consideran que el aprovecharse de mujeres es parte del botín de guerra del poder. Y ahí, aun peor, es el tema de la agrupación kirchnerista «La Cámpora», donde gran parte de (por no decir todos) los integrantes de la dirección se dedicaban a forzar a sus compañeras. Esto era aun más notable ya que «la responsable nacional de género» (una tal Mayra Mendoza) recibió numerosas denuncias que se dedicó a tapar, al igual que los «responsables zonales de género». Dejo de lado que «La Cámpora» es más una agencia de empleo que una organización política, y que no tiene ninguna propuesta política más allá de ganar las próximas elecciones para poder acceder a «cargos» y seguir saqueando al Estado. Lo que me parece notable es que se reivindiquen como continuadores de los militantes setentistas. A ver: nosotros fuimos muy machistas, pero parte de nuestra propuesta era bregar por la igualdad de género. Hicimos muy poco, pero lo más que pudimos según nuestras entendederas. De hecho, la Nueva Izquierda fue mejor que la sociedad en general, por lo que muchísimas mujeres militaron en «la guerrilla». En cambio, «La Cámpora» es bastante peor que la sociedad en general: o sea levanta el discurso de género para promover en la práctica una realidad machista y patriarcal horrenda. Digamos, han actualizado el machismo evitista de «La razón de mi vida».

Esto último da pié a que algunas/os piensen que «todos los hombres son violadores en potencia», como me dijeron el otro día. En realidad, todos, hombres y mujeres, son pelotudos en potencia. Y muchos lo demuestran todos los días. Pero si pensás que el problema son los hombres, y que no podemos cambiar, entonces el problema es de la raza humana y el conflicto de género, hombres contra mujeres, pasa a ser central. O como salió en Facebook, «el género nos une, la clase nos divide». Sin comentarios. Y si alguien piensa que en realidad Mirtha Legrand o Amalia Lacroze de Fortabat tienen los mismos problemas que Mónica Díaz que se levanta todos los días a las 5 para ir a limpiar la escuela Juan Bautista Bustos en mi pueblo, entonces si podemos decir que la crisis de neuronas es mayor que la esperada.

Pero la crisis es mía también. Y eso me quedó claro el otro día charlando con mi hijo Antonio. Pobrecito, ha sido criado en una familia zurda, y lee regularmente La Izquierda Diario y un montón de otras cosas, incluyendo novelas militantes. Su comentario me mató: «Viejo, para qué hacerse tanta mala sangre con todo, si nada nunca va a cambiar. La revolución es imposible.» Me atraganté. Si eso era lo que había mamado en casa, estábamos al horno. El pibe que admiraba a Trotsky y al Che, que miraba arrobado doce veces «Tierra y Libertad», cuyos héroes eran Sergio Folcini de Volkswagen y Ramón Flores del sindicato del caucho, ahora me decía que era imposible cambiar nada. ¡Ah, la miércoles! ¿Eso le hemos transmitido? Y miro un poco lo que escribí más arriba, y si, es una visión bastante negativa. Quizás por dos cosas. Una porque la situación es embromada. De eso no hay duda; y se han roto lazos solidarios y criterios de cultura obrera que perduraron durante más de un siglo. La otra es que es probable que yo me haya quedado en la época pre neoliberal, y no entienda mucho de los fenómenos que están pasando el día de hoy. Por ende, traté de explicarle unas cuantas cosas en términos de qué creo y qué pienso. Sobre todo, de decirle que disto mucho de ser un «quebrado» y que sigo convencido de que vamos a hacer un mundo mejor.

Parte de mi razonamiento tiene que ver con la historia. Espartaco y las Guerras Campesinas en Alemania no cambiaron a la humanidad, pero si contribuyeron a que viniera el cambio mucho más tarde (a veces doscientos años más tarde). En eso, no eran buenos chicos: los campesinos alemanes eran fundamentalistas religiosos, alzados contra la opresión feudal y de la Iglesia. El cambio revolucionario toma tiempo, a veces mucho tiempo. Y como soy un impaciente y me gustaría verlo, entonces me bajoneo cuando no llega. Pero la realidad es que lo más probable es que nunca lo vea, pero que igual hay que contribuir a dejar un mundo un poquito mejor para ese hijo que hoy parece un descreído.

Pero la cosa va más allá. La realidad es que los seres humanos siempre se han movilizado para resolver sus problemas más básicos y mejorar la vida. Al mismo tiempo los sectores dominantes han hecho lo imposible por mantenerse ya sea vía la violencia, la cooptación o la manipulación. A pesar de eso, la historia de la Humanidad esta llena de revoluciones. Y lo más importante es que nadie, pero nadie, pensó un mes antes que iban a tomar La Bastilla o que iban a asaltar el Palacio de Invierno. Pero para hacer eso, los seres humanos debieron hacer un duro y largo aprendizaje. En cada lucha social se aprenden cosas (no nos engañemos, también hay gente que decide que no va más); lo mismo en cada planteo y cada discusión. Es probable que los gilets jaunes franceses o el «que se vayan» argentino no sean mi ideal de movimiento social; pero la realidad es que son maravillosos ejemplos de luchas que dejan enseñanzas fundamentales que cambiarán la historia. Esa acumulación de pequeñas lecciones, y de seres humanos que están dispuestos a asumir los riesgos de sus principios son los que construyen las revoluciones del futuro.

Espartaco terminó muerto. Pero como bien señaló Howard Fast, «todos somos Espartaco». El imperio romano no se cayó y el esclavismo siguió como si nada… bueno, como si nada no, porque los esclavistas sabían ahora que los esclavos podían rebelarse. Y los esclavos lo sabían también. Es más, Espartaco es una imagen que emerge, casi dos mil años más tarde, entre los esclavos en Estados Unidos como lo explica Herbert Aptheker en su gran obra Rebeliones de Esclavos en Estados Unidos. Obvio que hubiera sido mejor que ganara Espartaco, pero su rebelión no fue en vano.

Todo eso no quita que no me desanime algunos días, o que no me dé bronca el electoralismo barato y oportunista del FIT. O que no pueda ver que, si los gilets jaunes no tienen una propuesta superadora, eventualmente el movimiento se va a diluir. Y yo quiero una propuesta que no solo eche a Macron sino que se presente como alternativa al neoliberalismo. Ni hablar de cuando me pongo a discutir con amigos, y no nos entendemos sobre cosas que para mí son obvias, me da una frustración terrible. Dicho de otra manera, no sé cómo tantos millones de compatriotas pueden aceptar el sistema socioeconómico que los está destruyendo en favor de unos pocos hijos de mala madre. «¿Viste, viejo? No se puede hacer nada porque la gente no quiere». Arghhhhh, ahí me volví a frustrar. No es que la gente no quiere, es que vos no queres. La cosa empieza por casa, de lo chiquito a lo grande. Y la gente se juega por un cambio de fondo cuando cree que hay posibilidades de triunfar; nadie se lanza a la lucha solo para que lo maten. Por eso, las cosas siempre empiezan igual con un hecho, donde la gente sale a la calle, y de repente en los números se siente fuerte y se lanza a hacer más cosas. Pero para que esas cosas fructifiquen en cambios de fondo hacen falta ideas y organización. Lenin no podría haber tomado el Palacio de Invierno sin las masas movilizadas; y las masas no hubieran hecho la Revolución sin los bolcheviques, sus propuestas, y su trabajo revolucionario gris y cotidiano de décadas.

Hoy en día, le explico a Antonio, esta lleno de luchas sociales, y el descontento con el capitalismo neoliberal es moneda corriente. Pero lo que no existen son criterios sobre cómo superarlo, y menos aun una organización cuya praxis sea revolucionaria, y no solo su discurso. Dicho de otra forma, el factor objetivo existe, en Argentina, por lo menos desde las movilizaciones de 2001 y 2002. Lo que no existe es el factor subjetivo.

¿Y nosotros? Cada uno contribuye donde puede y como puede. En lo personal mi granito de arena es como docente. Pero también como padre. He tratado de que mis hijos fueran solidarios, éticos, morales. O sea, que sean marxistas, aunque no lean El Capital y les importen un pito los debates entre los diversos marxistólogos. Otra vez, la culpa es mía. A mí los marxistólogos me aburren, mucho. Y creo que la revolución empieza en casa.

En síntesis, mis hijos son una especie de brújula cuando pierdo el norte. Al mismo tiempo, en esta Navidad rescato su contenido solidario, ético y moral; o sea, revolucionario. Y esta noche brindaremos precisamente por eso… por la revolución que vendrá, aunque yo nunca la llegue a ver. Pero que llegará es indudable.

Felices fiestas de 2018.

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3 thoughts on “La crisis de Navidad”

  1. *** [Editado: el enlace lleva a un 404].

    De acuerdo en todo, cro. Pozzi. Pero en el marco de la globalización lo disruptivo para la periferia es optar: Washington-Londres-Tel Aviv o Moscú-Pekín. Y con Chávez-Lula-Néstor parecía que se abría ese camino. Los procesos soberanistas fracasaron por razones vinculadas a la vigencia de Montesquieu, entre otras. Pero la pregunta es: ¿es CFK la opción para octubre próximo? Creo que si va sola no gana y por eso, lo más probable es que vaya otro con todo el peronismo unido. Ellos no van a hacer la revolución que Monte Chingolo prometió y tampoco hizo, de modo que no los impugnemos por eso y deseemos, solamente, que ganen para que Bilderberg no tenga una segunda oportunidad sobre la Tierra pues, si ese es el
    caso, Antonio y los hijos de Antonio sufrirán. El link es un obsequio de fin de año. With my best wishes… Juan Chaneton

  2. Ah caramba, ya me deprimí de nuevo. Creo que parte de la cosa es ver qué hacemos hoy, y cómo construimos para cambiar el mañana. Una parte es que siempre terminamos creyendo y apoyando lo que no nos gusta para evitar cosas peores. Y nunca logramos construir la propia. La otra es que «los menos malos» se las arreglan para hacer más o menos lo mismo que los «malos», si bien con matices. Tiene que haber una tercera opción.

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