Argentina con peces dentro

Argentina en el espejo de la Batalla de Moscú

por Mariano Millán

La madre Rusia es inmensa, pero no se puede seguir retrocediendo cuando estamos a las puertas de Moscú.

La hecatombe que vivimos no tiene soluciones fáciles. Lo primero es aceptar la variedad y complejidad del panorama, con crudo realismo. Hasta que no haya vacuna la gente se va a enfermar. Si la encerramos retrasamos los contagios. Tal vez terminemos con cifras de enfermos similares a otros países, pero con un ciclo más largo. Naturalmente, mientras las cantidades de pacientes se mantengan en niveles que se pueden atender, es altamente probable, aunque no seguro, que la letalidad resulte más baja. Además, si tenemos la fortuna de que la ciencia, convertida en providencia, encuentre formas de mitigar, tratar y prevenir esta enfermedad, el asunto se puede terminar más rápido y con menos bajas. Todo eso es tan obvio que saberlo, como ser menos bestial que Bolsonaro, no convierte a nadie en gran estadista.

El asunto es que el tiempo no es gratis. Los pronósticos económicos asustan. No sólo los de Argentina, sin embargo acá son menos sombríos de lo que dicen los datos de los meses recientes. Recordemos que algunas variables ya estaban en niveles del 2001-2002 antes de la pandemia. Por eso, caer 10 puntos, como ahora dice el FMI, tendrá consecuencias más graves para nuestro país que para la Unión Europea, otra verdad de perogrullo que sería bueno aceptarán nuestras autoridades antes de decir frases tan simples de espíritu como «la crisis es mundial, es por la pandemia».

Semejante contexto tiene un impacto muy diferente sobre la calidad de vida, y también la salud, de acuerdo a la clase social, al estrato socioeconómico, etc. Pese a todo, el confinamiento se cumplió bastante en los primeros meses y todavía existen cifras que muestran acatamiento. Estamos hasta el cuello de desgracias, así que nos lavamos las manos frenéticamente después de cada una de las pocas veces que salimos a la calle ataviados como personajes de serie postapocalíptica. El pedido fue claro: aislarse para aminorar los contagios y evitar el colapso del sistema de salud. Mientras tanto, el gobierno, ahora convertido en los gobiernos, fortalecería dicho sistema para hacer frente a una inevitable escalada. Tres meses después llega una tendencia creciente de casos y la medida será volver a cerrar todo.

Repasemos: la CABA dice tener 400 camas de terapia intensiva y la Provincia de Buenos Aires 900. Ambos sostienen haberlas duplicado. Ninguno cuenta las capacidades del sector privado, que se sustrajo a la coordinación sin más acción que la agitación en las redes sociales. En España, con la misma cantidad de habitantes que Argentina, murieron 28.000 personas con COVID19 en casi dos meses. A todas luces, lo que hicieron nuestras autoridades no alcanza siquiera el pesaje para subir al ring contra un pico de coronavirus. ¿Podrían haber hecho otra cosa para agrandar ese músculo? Difícil, se necesitaba en muchos rubros donde es mucho más complicado estar provisto, por ejemplo intensivistas, especialistas en respiración, etc. ¿Se podría haber buscado antes la forma de cortar las cadenas de circulación del virus? Complicado.

El Estado argentino tardó casi tres meses en pagar un adicional de 5000 pesos al personal de salud. Nunca se le ocurrió hablar de una centralización que permitiera compartir y coordinar recursos de centros privados, o al menos impedir la circulación de trabajadores entre clínicas, hospitales y geriátricos. Parece incapaz de montar rápido una red eficaz de rastreo. Por esto, la estrategia fue, en los hechos, más allá de las fantasías personales, ganar tiempo. ¿Hubiera sido mejor aclararlo desde el primer momento? Seguramente no, porque las medidas de aislamiento presentadas como definitivas, y no transitorias, no habrían sido cumplidas de la misma manera y, en paralelo, se habría sucedido un tsunami de cierres de empresas ya en marzo.

Pero el tiempo cuesta dinero y consenso, sobre todo lo último cuando el dinero se va terminando y va quedando al descubierto una realidad incómoda y desigual, donde hay mentiras, falacias e incertidumbre por dónde se lo mire.

En este punto, valen evocarse como metáforas dos imágenes de las guerras mundiales. En 1914 hubo entusiasmo en muchas capitales europeas. Ante el comienzo de las dificultades, en 1915 y 1916 se fueron estableciendo regulaciones sociales cada vez mayores para garantizar derechos de la clase obrera y el campesinado, que soportaban un esfuerzo sin parangón. No obstante, la realidad de la carnicería de los frentes mostró que muchas de las concesiones eran insuficientes en vistas de los sacrificios y en 1916 y 1917 estallaron motines, revueltas y rebeliones en casi todos los países contendientes. Entre 1917 y 1918 la preocupación de los gobiernos europeos ya era la oleada revolucionaria, llegando a unirse viejos enemigos en la cruzada contra el poder bolchevique y el proletariado.

En los manuales de estrategia militar se sostiene, con mucha razón, que en determinadas condiciones se puede ceder territorio para ganar tiempo y preparar la contraofensiva. Hay una escena inolvidable en LA BATALLA DE MOSCÚ dónde un general le dice a la tropa: «la madre Rusia es inmensa y podemos retroceder kilómetros y kilómetros, siempre podemos retroceder, pero ahora estamos en la puerta de Moscú».

Para gente acostumbrada a hacer política en base a la maniobra el achicamiento del espacio es como el fin del mundo. Sin embargo no se puede seguir retrocediendo en todos los frentes. El dinero y las camas se agotan cada vez más rápido: se recauda con una reforma que haga posible el confinamiento y amplíe las capacidades del sistema de salud (lo que supone su centralización operativa) o la cuarentena se cumple a medias, contamos más y más muertos e igualmente destrozamos la capacidad productiva y la calidad de vida de la mayoría de la población.

A la vista de esta disyuntiva, quizás el gobierno le hizo perder tres meses a la sociedad argentina.

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