España: se repetirán las elecciones

por José María Rodríguez Arias

2019 posiblemente pase como el año con más comicios en la historia reciente española. En casi todo el país se han celebrado: elecciones generales (abril 2019), elecciones al Parlamento Europeo, elecciones autonómicas (en casi todo el país) y elecciones locales (estas tres, a la vez en mayo del presente año). El 10 de noviembre, salvo cosa rarísima y casi imposible que ocurra mañana, habrá elecciones generales nuevamente.

La historia de Sánchez, líder del PSOE, es curiosa: intentó la presidencia perteneciendo al partido que quedó segundo en el Congreso de los Diputados tras las elecciones de fines de 2015; lo intentó con un matrimonio con la derecha (con Ciudadanos), en ese momento el cuarto partido. No consiguió el apoyo de su izquierda (Podemos, principalmente, tercer partido, mucho más fuerte entonces que ahora, sea dicho) y solo otro partido de derechas votó con ellos (CC). No salió elegido, claro. Dos meses después se repetía la ronda de consultas y nadie se presentó. Acá hay que destacar algo: Mariano Rajoy, presidente del gobierno español y líder del partido ganador, no lo intentó. Ni en la primera ronda ni en la segunda. Ofreció una suerte de gran coalición y, como no salió, se quedó a la espera del fracaso del PSOE.

Se repitieron las elecciones (2016), el PP ganó unos cuantos escaños, el PSOE se desinfló un poco y las izquierdas, que iban juntas esta vez, se encontraron con una realidad desagradable: mantuvieron el mismo número total de escaños pero sumaban menos votos. Esta vez Ciudadanos sí hizo el intento de juntarse con el PP y el PP apostó a la destrucción interna del PSOE, que Sánchez intentaba ver si podía ser candidato y básicamente le dieron un «golpe de Estado» interno, le echaron de la dirección y el partido se abstuvo en favor de un Rajoy que seguía viendo todo desde su sofá. Sánchez volvió al partido gracias a unas elecciones internas, pero ya sin ser diputado (renunció a su acta para no tener que abstenerse ni romper la disciplina de voto).

En fin, Rajoy siguió a lo suyo, pero esta vez intentando un poco más las negociaciones con otras formaciones; eso sí, mintió en algo básico y desde el principio (insistía mucho en que se debía tener presupuestos para ayer, que se abstuvieran rapidito los del PSOE para poder mandarlos al congreso… no mandaron los presupuestos hasta el año siguiente), pero ya en su línea.

En el PSOE un Sánchez reconvertido a la izquierda (al menos de palabra) intentaba hacerse con el aparado del partido ahora gracias a la militancia, renegando de haber sido el candidato del aparato en su día (no lo olvidemos), declaraba sin tapujos que se tuvo miedo a una coalición con Podemos y que hubo fuertes presiones para que pactara con Ciudadanos, pero que su alma cantaba la Internacional con el puño en alto (bueno, esto ya es exagerar, nunca dijo eso, pero sí que hacía un discurso que le acercaba a esa socialdemocracia más clásica donde Podemos, en realidad, se mueve).

Llegó el 2018 y pasó algo a nivel político importante: una sentencia por corrupción señalaba al propio PP nacional como una formación que se «aprovechó» del tema, vamos, responsable civil (esto es importante destacarlo cuando se compara con otros casos de corrupción, sin duda gordísimos, pero cuyo ámbito es local o regional); en el PP ni se explicó nada ni hubo dimisiones ni nada. Hablamos del PP de Rajoy, ahí nadie asumía nada. Esto dio la fuerza para que Pedro Sánchez fuera al Congreso de los Diputados con una moción de censura y consiguiera el apoyo de casi todos los partidos. Gratis. O casi (por ejemplo, el PNV pidió que el PSOE, para el año en curso, usara los presupuestos del PP recién aprobados con los votos de la formación vasca). Pues nada, Sánchez presidente con menos votos y poder que ningún otro.

¿Qué podía salir mal? Además de todo, claro. Sánchez tenía una posición incómoda, eso es indudable. Pero la hizo peor con no saber ni dónde estaba ni para dónde iba. Al final, y por culpa de algunos aliados, los presupuestos pactados con las izquierdas no salieron adelante (ERC jugó fuerte acá); Sánchez aprovechó ese hecho para convocar unas elecciones, pillando con el pie cambiado a sus rivales, o eso creía.

El PSOE recobró fuerza, ganó las elecciones ante una oposición más dividida que nunca (pero tampoco dejemos de sumar bloques, que los números no son tan favorables a las izquierdas). Y acá es donde las cosas se complican, y eso que tenemos a los mismos participantes, prácticamente, que la vez pasada.

Por partes:

Pedro Sánchez, líder del PSOE, que tanto dijo que quería un pacto con Podemos, lo quería pero de una forma particular: que Podemos les apoye por casi nada. Y, si es sin negociar, mejor que mejor. Lo de las lentejas de toda la vida. Alargó los plazos para no afectar a las autonómicas y locales y se dio con una sorpresa: ganó en muchos sitios donde no gobernarían, gracias a que esos que quedaron segundos y que antaño decían que el segundo jamás debía gobernar, decidieron que lo que dicen no tienen por qué hacerlo y pactaron con otra fuerza, tercera o cuarta según corresponda, que hasta entonces decía que se debía producir cambios o, en su caso, apoyar al más votado, y ahora hacía justo lo contrario (impedía los cambios al votar al segundo).

Es cierto algo que repetían mucho: solo con Unidas Podemos (la gran coalición de las izquierdas que cada elección tiene menos votos, dirigida por Iglesias) no sumaba la mayoría absoluta. De hecho, esta suma la tenía con Ciudadanos. Pero Rivera, de Ciudadanos, se negaba incluso a ir a las reuniones solicitadas por Sánchez. Ciudadanos decidió que el principal enemigo era el PSOE y lo dejaron claro desde las locales: todos los pactos fueron con el PP. ¿Eso es el partido bisagra que tanto decían ser? ¿El centro liberal que pacta con unos u otros según programas? Porque, al final, han pactado programas con más «extrema derecha» que «centro».

Y, si bien es cierto que con UP no suman, también que otros partidos estaban dispuestos a dejarles gobernar (tampoco sumaban con el PRC y con ellos llegaron a un acuerdo). Otros partidos de derechas (como el PNV) y de izquierdas (ERC y Bildu); sin cartas blancas pero sin condiciones reales (a diferencia de esa ERC reciente que condicionaba su apoyo a los presupuestos en imposibles para el presidente de gobierno).

La carrera final de la negociación (todo muy a última hora) salió mal y Pedro Sánchez fracasó antes de verano al intentar ganar la presidencia del gobierno. Cabe decir que UP no votó en contra, se abstuvo (porque el PSOE de ahora insiste mucho en que UP votó «con el PP y Ciudadanos» y no es así). Todo el verano por delante… desperdiciado.

Y es importante señalar esto: sí se intentaron negociaciones entre el PSOE y UP, pero el PSOE volvió a rebajar su oferta a la formación morada: de nuevo, imposible la coalición (lo medio pactado para la investidura) y fórmulas extrañas como puntos de acuerdo. El PSOE hizo una extraña ronda con movimientos sociales y otras organizaciones para hacer otro

Pablo Casado, líder del Partido Popular (PP), aprendió la lección que le dejó Rajoy: baja el tono y no hagas nada. Se dejó barba para parecerse al líder de la ultraderecha española y para dejar de ser el clon alto del líder de Ciudadanos. El lenguaje usado ya no era tan duro, evitó muchos insultos gratuitos y las exageraciones, pero en la práctica era lo mismo: el PP votaría que no. No importaba lo que hiciera o dejara de hacer Sánchez o el PSOE. Incluso comenzó una carrera electoral para conseguir que Navarra Suma (coalición de derechas en esa comunidad) se volviera la fórmula para un España Suma. Un no asegurado, muchas mentiras de por medio pero un tono más sosegado. El PP vuelve a subir en las encuestas. Las elecciones locales le fueron bien y conserva mucho poder autonómico y local gracias al seguidismo de Ciudadanos y el apoyo, más a retrancas, de la ultraderecha. Se presentan de forma calmada como «centro» porque pacta «a su izquierda y a su derecha» (cabe recordar que su izquierda sigue estando en la derecha), ya no se enfrentan siquiera con la extrema derecha, a la que han «blanqueado» como leal oposición que apoya a sus gobiernos. Y, con ese panorama, me dan más miedo. Todo lo que pedían al PSOE en el 2016 (por responsabilidad la abstención) a ellos no se les aplica, claro.

Puestos a parecer razonables y gente de Estado, estadistas que se decía antes, desde el PP se llega a lanzar la propuesta de que los 123 del PSOE se abstengan en favor de un gobierno del PP con Ciudadanos, que suman otros tantos. Porque la única forma en que España tenga un gobierno, parece ser, es que el PP lo lidere. Tampoco lo intentaron de verdad, pero consiguieron titulares en medio agosto, que no está mal.

Esta postura del «no por el no» sí ha generado cierta discrepancia interna, algunos dicen que Casado sí debió ofrecer al PSOE un gobierno de coalición, una «gran coalición», como la que en su día propuso el PP (sin mucha fuerza, todo hay que decirlo) al PSOE o, al menos, la abstención. Pero Casado siempre descartó la vía de la gran coalición, salvó los muebles con las justas y teme cualquier cosa que no dirija él mismo. Encima las encuestas dice que sube, con un poco de suerte, lo suficiente para gobernar (aunque no gane). Y como ya no defienden lo de la lista más votada (salvo cuando ellos ganan, como en Navarra, que lo siguen repitiendo), pues todo bien.

Alberto Carlos «Albert» Rivera, líder de Ciudadanos, después de varias purgas en su partido, consiguió dejar claro que su centrismo es ir con la derecha, hablar pestes de la izquierda y decir que son centro. Algo que ya hace el Partido Popular. En las elecciones de este año, de forma indiscutible, les fue bien. Son actualmente el tercer partido. Si estuviéramos con el Rivera de 2016, habría un gobierno de coalición entre el PSOE y Ciudadanos con una clara mayoría absoluta.

Pero Rivera dijo que con el PSOE no, con Sánchez no, porque ya había pactado con los secesionistas (se ve que no, algunos de ellos votaron en contra, incluso), porque el PSOE iba de la mano de Podemos (se ve que no, de hecho, el PSOE quería ir con Ciudadanos pero no le quedó otra que Podemos y ni llegaron a un acuerdo) y se instaló en una sarta de mentiras difícilmente mantenibles (pero que, aún así, mantienen), haciendo una oposición muy dura. Es que quieren ser el PP en lugar del PP, en plan Iznogud. ¿Podían ser la oposición nacional bajando el poder al PP en ámbito local a pesar de darle cancha al PSOE? Podían, claro que podían, pero no quisieron. Regalaron el país al PP.

Rivera fue más duro que el propio Casado y se negó a entrevistarse o negociar… hasta la última semana. Qué digo semana, hasta el último día. Primero con una propuesta algo extraña: se dirigió a Casado diciendo que se abstuvieran los dos. ¿Y eso? Ciudadanos creció mucho en las últimas elecciones y posiblemente todo eso lo pierda ahora. Ciudadanos no quería ser el «débil» en un juego de la gallina con el PP y ser el primero en «acobardarse» y votar «abstención», si ambos frenaban a la vez, ninguno de los dos perdía. El «no» de Casado sonaba con risas de fondo (aunque decía estar de acuerdo con que el PSOE aceptara esas condiciones, pero sin comprometer, claro, su abstención). Propuso rápidamente, por carta, que Sánchez se reuniera con él para firmar tres puntos que él consideraba clave y que con eso se abstendrían: que el PSN-PSOE «rompiera» con Bildu, que no se indultaría a los políticos catalanes procesados por el referendo y que se montaría una mesa para aplicar la suspensión de la autonomía catalana (art. 155 de la Constitución) si el gobierno catalán desacata la sentencia, y que no se subirían los impuestos a las clases medias (cabe decir que Ciudadanos habla de clases medias incluyendo a gente con más de un millón de euros de patrimonio).

El PSOE contestó que ya se cumplían los tres compromisos: ellos no subirían los impuestos a las clases medias, no lo habían hecho (Ciudadanos menciona en contre los presupuestos propuestos, pero esos no se aprobaron), ellos siempre cumplirían la constitución (y recordaban que ya apoyaron en su día la aplicación del art. 155) y que en Navarra no hay pactos con Bildu. Esta respuesta enfadó al líder de Ciudadanos. Acá hay que explicar una doble vara de medir típica: cuando la ultraderecha apoya un gobierno de Ciudadanos y no hay pacto escrito, Ciudadanos defiende que la ultraderecha (que ya no le llaman así) les ha votado gratis, porque ha querido, pero cuando Bildu se abstiene o vota por el PSOE, siempre hay pacto, aunque no lo haya, aunque salga el de Bildu de turno diciendo que se tapan la nariz para votar por el PSOE pero que prefieren eso a UPN. En realidad, lo que Rivera quería no era la ruptura del pacto que no existía entre el PSN y Bildu, era que Navarra Suma gobernara en Navarra, pero queda mal pedir intercambio de gobiernos. (A todo esto, las derechas en Navarra sí gobiernan en varios lados por la negativa del PSN de sentarse con Bildu).

En fin, que no se daban las condiciones para la abstención de Ciudadanos, según ellos. Luego insistieron en que el PSOE tenía dos ofertas de gobierno y no aceptó ninguna, esto simplemente es mentira, Ciudadanos no quiso negociar hasta que el dramatismo del último día les puso en la realidad del adelanto electoral.

El esperpento real, en todo caso, viene de la negociación del PSOE con Pablo Iglesias, líder de Podemos y de la coalición Unidas Podemos. Podemos lo dejó claro desde el comienzo: para el sí, el tema era un gobierno de coalición. Ya lo dijeron tras los resultados del 2015 (y por eso Sánchez se fue con Ciudadanos, por eso y porque se parecen más que dos monedas acuñadas en la misma fábrica). Sobre qué pasó antes de verano no me voy a extender, pues ya hay otro artículo sobre eso. En todo caso, vino un verano en que el PSOE endureció su postura y Podemos no sabía cómo irla relajando, ni cómo bajar su propia petición, cuando ya sentían que habían cedido mucho (recordemos que la primera negociación se desbloquea tras una declaraciones de Sánchez en que veta a Iglesias y este, increíblemente, da un paso al costado).

En todo caso, Podemos pedía su turno para negociar y el PSOE le daba largas, le dejaba para casi el final, a sabiendas que, como antaño, le iba a ofrecer lentejas. Entre los equipos negociadores (de PSOE y de Podemos) el mal rollo aumentaba y, lo que es peor, en vez de rebajar el conflicto, usaban las plataformas de redes sociales para aumentarlo, como si de una pelea de bar se tratara. Una negociación no es una batalla de gallos en que gana la mejor rima con zasca incluido. Eso parece que no lo pillaron.

La actitud de Alberto Garzón, líder de Izquierda Unida (uno de los partidos dentro de la coalición de UP), de vez en cuando conseguía que se le escuchara intentando puntos medios, sabiendo que esa confrontación les haría perder a ambos. Manteniendo la lealtad (tal vez demasiada) a Podemos, tampoco subía mucho el tono, pero sus llamados a la reflexión caían entre el estruendo de los titulares conseguidos a golpe de tuits por parte de los negociadores. Todo muy triste.

Se acaban los dos meses de calendario, tocaba la nueva investidura y Sánchez sale al estilo Rajoy: o tengo los votos o ni me presento. No solo quería los votos, casi gratis, sino que además tenía que ser con pacto estable. Vamos, un chollo. Como no los tenía y no quería otra extraña investidura en que se está negociando a grito pelado desde la grada del Congreso de los Diputados, decidió que él, al menos, no se presentara. Mañana acaba la actual legislatura, otra que pasa a la historia sin gobierno elegido. Y elecciones. Elecciones, previsiblemente, con los mismos. Elecciones en que los bloques no se moverán mucho.

Ahora sale Sánchez diciendo que no dormiría si hubiese pactado con Podemos (¿y por qué decías que sí querías ese pacto?), sale un Podemos ofendido y poco digno en sus posturas (parece que no entienden, de verdad, qué significa un gobierno de coalición), salen los mismos actores que ya teníamos, salen para decir lo mismo que llevan meses repitiendo. Salen equivocando lo más básico en nuestro sistema electoral: nadie, absolutamente nadie, votó por un coalición, porque las papeletas tienen solo un nombre; salen también mintiendo sobre los miedos o no miedos de los españoles (¿en serio el 95 % de los españoles no querían a Podemos en el gobierno, contando a sus votantes?, pero qué tontería más grande).

Y, repito, ahora elecciones. Con los mismos actores de esta tragedia.

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